Un amago de nosequé que he intentado escribir en mis ratos libres, a lo mejor a alguien le interesa darle una leída:
Los sonidos de fondo, las largas jornadas, la cuenta atrás, todo desaparece. Una gotera y otra más y otra más allá y de pronto nos faltan los baldes pero poco nos importa, somos felices. Me recuerdas a mi infancia, mis sonrisas, los juegos, los llantos; todo eso en besos enlatados en un extraño sabor al más culto latín que haya leído jamás. El Jardín de Epicuro no está tan lejos, el toc toc en el cuarto se hace cada vez más intenso, la bicicleta que nunca aprendí a montar, los libros que nunca llegué a leer, mi ropa un cúmulo al borde de tu cama y mis sensaciones un cúmulo al borde del colapso. La vida algo larga y mis frases algo cortas, de esas que no tienes que pensar, de esas que solo sueltas porque son lo primero que se te pasa por la mente. Sé que quizás no sea tu culpa que me estire como Slenderman y que vea esas luces cuando cierro los ojos, pero es por eso que te quiero y que te seguiré queriendo. Eres como el mejor beat que produjo Fabianni o el mejor verso que soltó Manto, una especie de Agorazein en un metro sesenta y seis que, además, sabe enarcar su ceja izquierda. Termino pensando en lo sucias que están mis suelas y en lo limpias que llevarás las Converse. Aunque hayamos caminado tanto tú prefieres vivir cada calle como la primera vez y yo recordar cada momento porque lo que más me eriza la piel es la nostalgia.
Mientras te vistes te miro sonriendo; a medio camino entre el décimo círculo, ese al que no llegó Dante porque a Beatriz no se le antojó, y la más comunista de mis utopías, esa que generé tras masturbarme en una extraña mezcla de tu recuerdo, un libro de Mariátegui y esos poemas recortados que habíamos empezado a intercambiar. Empiezo a vestirme, me despido. Te susurro unos versos de rapero español, sonríes cuando menciono a los superhéroes con ojeras, las mías van creciendo de a pocos y poco hago ya para evitarlo. Prefiero dormir de tres a cuatro horas para tener tiempo de disfrutar la melancolía, la tristeza, la mirada perdida que antes tenía cada diez minutos. Empiezo a vivir cada vez más rápido y a disfrutarlo todo, extraño el no poder sonreír, el sentarme en una esquina escuchando cualquier cosa que me haga desaparecer, el fumar frente al mar, el tomarme una botella de vino de puro idiota.
Te dejo. Sonríes. Sonrío. Pienso en dejar de hacerlo un día, en despedirme serio y dejarte la puta duda de qué hiciste mal. Soy un inmaduro, estoy en todo mi derecho.
Las puertas no quieren abrirse, la calle sigue mojada y con un extraño sabor a cobalto. Sus labios eran una experiencia única, una especie de nirvana edición limitada. Ella aun no leía a Kafka, por lo que todavía no olía a nada a lo que yo estuviese acostumbrado. Era como un cuento de Cortázar, una novela de Gabo. Era como una sesión de rayuela con el coronel. Los autos seguían su curso y no me miraban, mira que no me miraban. Lo único que recuerdo de las ventanas es todo gritos y jadeos. Sonrío. Pocos son felices, diría que casi nadie es feliz. Todos fingen serlo, eso sí. Todos son como yo, o quizás yo sea como todos. A estas alturas ya todo da igual. Las manos en los bolsillos, las cejas enarcadas, diría que soy casi feliz. Los versos se descascararon hace ya tiempo, cuando me hundía en mares que no cualquier cruzado cabalga. ¿Que qué queda ahora? Pues un cigarro en mi bolsillo y lo justo para la comida de mañana.
Este mundo es un mundo demasiado social y el hombre un animal que vive en sociedad y la sociedad un animal que vive detrás de ti y la droga una sociedad que vive en mi bolsillo y el alcohol un vaso que beben los animales y el asíndeton un recurso demasiado vulgar. Oigo alrededor los gritos, como disparos, que se posan en un recoveco de lo que me queda de columnas. Dudo que importe mucho, las cariátides las perdí hace un par de horas. El gato se cuela, volteo a ver cada dos, cada tres segundos. No hay nada, o hay algo, no sé si importa. Todos se han ido ya, sigo sentado. No se ven personas por la ventana, a lo mejor el monstruo ya se las tragó.
El tic tac es una constante, solo a mí se me ocurre caminar a casa al noroeste y empezar a pensar al norte. Ya no tengo las cejas tan enarcadas como antes, pero el recuerdo sigue vivo en algún rincón de mis orejas, o de la punta de mis pies. Las paredes me miran como en algún tipo de cuento de terror de esos que le cuento antes de dormir con ella, las pocas veces que he dormido con ella.
The party is over.
Eso pensaba de camino a casa, la avenida desierta y la basura a cada lado y las paredes sucias y los puentes orinados y el maldito asíndeton otra vez. Me lancé a la cama, con la libido por los suelos pero la frente en alto.
Todos pasan malos ratos, pero algunos tienen amigos, licor y Airwalk limpias.