Capítulo 5
l atardecer… ese período de tiempo en el que el astro rey atraviesa el plano del horizonte y pasa del hemisferio visible al no visible, ese momento del día en el que las nubes toman el color de la pasión desenfrenada debido al ángulo de los rayos solares para más tarde dar lugar a la creciente noche.
Lucía se encontraba sentada en el mirador de la ciudad observando el horizonte, extrañamente estaba sonriendo. Lo cierto es que le agradaba mucho la ciudad… incluso el clima extremista típico de allí tenía su encanto; un clima de tipo continental seco con veranos cálidos en los que se pueden alcanzar temperaturas de 39º C, mientras que tenía unos inviernos bastante crudos: en los peores días, la temperatura podía llegar a los -10º C… por su parte, las lluvias eran algo bastante escaso, concentradas únicamente en primavera y otoño. Por supuesto todo ello era lo que le habían contado sus recientes amigos sobre el lugar en el que probablemente residiría durante una larga temporada, puesto que ella solamente había llegado a ver la primavera. Pero lo mirase por donde lo mirase a ella le parecía hermoso...
Desde el mirador se podía ver toda la ciudad y los alrededores de ésta. No era un lugar muy grande… pero contaba con muchos campos de cultivo a su alrededor, en general de árboles de secano y colindaba con un pequeño bosque bastante espeso en el que uno podía perderse sin dificultad. La ciudad estaba compuesta en su mayoría por casitas de dos plantas con jardín trasero, los edificios no eran abundantes y casi todos estaban relacionados con alguna empresa de oficinas. La localidad tenía varios parques, todos ellos con abundante hierba, columpios para los niños pequeños, árboles frondosos que brindaban sombra en los días calurosos y algún lago plagado de aves acuáticas. Las calles tenían esas farolas altas de metal envejecido por los años y los agentes del clima, características del alumbrado público tan necesario en invierno donde la noche acecha con más frecuencia y es peligroso caminar por ellas a solas, y el suelo estaba compuesto por bloques de piedra de tonos terrosos, otorgándole a la ciudad un aspecto rústico y gastado.
Pero había algo en esa ciudad que le impulsaba a querer estar ahí por siempre ¿El qué? Bonita cuestión… lo desconocía por completo. Sus gentes quizás, no lo sabía a ciencia cierta. Pero había un sentimiento cálido en ella que la impulsaba a hacer cosas que ella misma sabía que no podría hacer de otro modo ¿Qué acciones eran esas? Tampoco lo sabía… se sentía perdida, sintiendo algo que no sabía qué rayos era. A veces la mente humana es como un laberinto… inescrutable, inentendible. En ocasiones lo importante es entenderse a uno mismo por encima de todo lo demás, pero cuando ni eso puedes lograr te sientes huérfano de ti mismo, huérfano de comprensión, solo, aislado…
Miró el reloj y comprendió que se hacía tarde. Tenía una empresa que llevar a cabo, y estaba decidida a no desaprovechar la oportunidad. Esa misma mañana quedó intranquila con la conversación que tuvo con su amigo Jaime sobre Luna… no podía sacarse a ésta de la cabeza. ¿Por qué era tan cerrada y arisca? ¿Le habría ocurrido algo en su pasado que la hacía comportarse así? Quería saberlo… en verdad Luz era una chica demasiado curiosa, pero no era simple curiosidad lo que la motivaba a ello, le atraía la gente arisca… para ella era como un reto. Y cuanto más se interesaba por una persona y más empeño ponía dicha persona en apartarla de su lado mayor era el sentimiento de cercanía que le tenía. Quizás fuese porque ella era demasiado cariñosa… su modo de ver la vida era, en general, que las personas necesitan el cariño para vivir tanto o más que el aire que respiraban, y si podía brindarle ese cariño a personas que lo necesitaban realmente su vida tendría sentido. Es difícil de comprender, lo sé… pero Lucía era de ese modo, y para más inri era la persona más cabezota del planeta. Como solía repetirse a sí misma: “El que la sigue la consigue.”
Tras haber acabado las clases de la mañana Lucía decidió ir a hablar con el tutor de su curso para que éste le proporcionase la dirección de la casa de Luna alegando que estaba enferma y no era bueno que prácticamente en la última recta del curso escolar perdiese tantas lecciones. Se comprometió a ir a visitarla a su casa y a llevarle todos los apuntes que habían visto en clase los días anteriores, además de los ejercicios y las fechas de los exámenes. El tutor no estaba muy convencido de que fuese conveniente dar datos sobre el alumnado así porque sí, pero ante la insistencia de la chica –que no fue poca– y vistas sus buenas intenciones finalmente cedió.
Todo ello, por supuesto, fue simplemente una excusa… le llevaría lo pactado con el tutor, pero su motivo principal era simplemente verla y saber de ella. Aunque hubiese conseguido la dirección de Luna por otros medios –ni ella misma se imaginaba cuáles podrían ser dichos medios, pero a perseverante no le ganaba nadie– si hubiese ido a molestarla a su casa sin una buena excusa probablemente le hubiese cerrado la puerta en las narices sin mayor explicación. La conocía bien… o al menos creía conocer a la gente como ella ¿cómo era ella? Un misterio…
Luna vivía en el lado opuesto de la ciudad donde se encontraba el instituto, prácticamente a las afueras. Luz leyó el papel donde tenía anotada la dirección proporcionada por su tutor: “Calle de las Amapolas Nº12”. Se encaminó hacia el lugar sonriente tarareando una canción, probablemente de algún anuncio que había escuchado recientemente en el televisor… esos malditos anuncios eran pegadizos. Rió a carcajadas sin saber muy bien por qué mientras que una pareja de ancianos que andaba paseando la miraban extrañados, era como una niña pequeña.
Por fin divisó el letrero donde rezaba el nombre de la calle y comenzó a buscar con la mirada la verja de la casa número doce. Caminó dando pequeños saltitos con la emoción reprimida hasta encontrar la casa que tanto ansiaba ver y comenzó a escoger las palabras adecuadas para explicar su presencia allí.
—No puede ser… —Se dijo a sí misma entre extrañada y confundida.
Volvió a comprobar lo que el tutor le había dejado escrito en la nota… “Calle de las Amapolas Nº12”. Aquella dirección no podía estar bien, pero lo cierto es que antes de que el profesor dejase escritas sus indicaciones lo hizo cerciorarse varias veces para no darle una dirección errónea. Tenía que estar bien, debía estarlo… pero al mismo tiempo no podía ser posible.
La casa frente a la que se encontraba tenía la verja oxidada, las baldosas estaban llenas de moho y las malas hierbas invadían el suelo. Decidió entrar… pero al encontrarse frente a la fachada encontró una puerta con la pintura descorchada y todas las persianas bajadas hasta el tope, sucias, llenas de polvo. Se sintió engañada… esa casa debía estar poco menos que abandonada, estaba segura de que nadie la había pisado en años. Era prácticamente imposible que Luna pudiese vivir allí. ¿Habría dado una dirección errónea al instituto? Quizás se había mudado y no actualizó la vivienda en el registro, probablemente a propósito. Esa chica era un verdadero misterio… y Lucía se sentía cada vez más decepcionada.
Finalmente tras un largo suspiro y un último vistazo a la casa número doce se encaminó a casa, dejando el papel tirado en el suelo…
l atardecer… ese período de tiempo en el que el astro rey atraviesa el plano del horizonte y pasa del hemisferio visible al no visible, ese momento del día en el que las nubes toman el color de la pasión desenfrenada debido al ángulo de los rayos solares para más tarde dar lugar a la creciente noche.
Lucía se encontraba sentada en el mirador de la ciudad observando el horizonte, extrañamente estaba sonriendo. Lo cierto es que le agradaba mucho la ciudad… incluso el clima extremista típico de allí tenía su encanto; un clima de tipo continental seco con veranos cálidos en los que se pueden alcanzar temperaturas de 39º C, mientras que tenía unos inviernos bastante crudos: en los peores días, la temperatura podía llegar a los -10º C… por su parte, las lluvias eran algo bastante escaso, concentradas únicamente en primavera y otoño. Por supuesto todo ello era lo que le habían contado sus recientes amigos sobre el lugar en el que probablemente residiría durante una larga temporada, puesto que ella solamente había llegado a ver la primavera. Pero lo mirase por donde lo mirase a ella le parecía hermoso...
Desde el mirador se podía ver toda la ciudad y los alrededores de ésta. No era un lugar muy grande… pero contaba con muchos campos de cultivo a su alrededor, en general de árboles de secano y colindaba con un pequeño bosque bastante espeso en el que uno podía perderse sin dificultad. La ciudad estaba compuesta en su mayoría por casitas de dos plantas con jardín trasero, los edificios no eran abundantes y casi todos estaban relacionados con alguna empresa de oficinas. La localidad tenía varios parques, todos ellos con abundante hierba, columpios para los niños pequeños, árboles frondosos que brindaban sombra en los días calurosos y algún lago plagado de aves acuáticas. Las calles tenían esas farolas altas de metal envejecido por los años y los agentes del clima, características del alumbrado público tan necesario en invierno donde la noche acecha con más frecuencia y es peligroso caminar por ellas a solas, y el suelo estaba compuesto por bloques de piedra de tonos terrosos, otorgándole a la ciudad un aspecto rústico y gastado.
Pero había algo en esa ciudad que le impulsaba a querer estar ahí por siempre ¿El qué? Bonita cuestión… lo desconocía por completo. Sus gentes quizás, no lo sabía a ciencia cierta. Pero había un sentimiento cálido en ella que la impulsaba a hacer cosas que ella misma sabía que no podría hacer de otro modo ¿Qué acciones eran esas? Tampoco lo sabía… se sentía perdida, sintiendo algo que no sabía qué rayos era. A veces la mente humana es como un laberinto… inescrutable, inentendible. En ocasiones lo importante es entenderse a uno mismo por encima de todo lo demás, pero cuando ni eso puedes lograr te sientes huérfano de ti mismo, huérfano de comprensión, solo, aislado…
Miró el reloj y comprendió que se hacía tarde. Tenía una empresa que llevar a cabo, y estaba decidida a no desaprovechar la oportunidad. Esa misma mañana quedó intranquila con la conversación que tuvo con su amigo Jaime sobre Luna… no podía sacarse a ésta de la cabeza. ¿Por qué era tan cerrada y arisca? ¿Le habría ocurrido algo en su pasado que la hacía comportarse así? Quería saberlo… en verdad Luz era una chica demasiado curiosa, pero no era simple curiosidad lo que la motivaba a ello, le atraía la gente arisca… para ella era como un reto. Y cuanto más se interesaba por una persona y más empeño ponía dicha persona en apartarla de su lado mayor era el sentimiento de cercanía que le tenía. Quizás fuese porque ella era demasiado cariñosa… su modo de ver la vida era, en general, que las personas necesitan el cariño para vivir tanto o más que el aire que respiraban, y si podía brindarle ese cariño a personas que lo necesitaban realmente su vida tendría sentido. Es difícil de comprender, lo sé… pero Lucía era de ese modo, y para más inri era la persona más cabezota del planeta. Como solía repetirse a sí misma: “El que la sigue la consigue.”
Tras haber acabado las clases de la mañana Lucía decidió ir a hablar con el tutor de su curso para que éste le proporcionase la dirección de la casa de Luna alegando que estaba enferma y no era bueno que prácticamente en la última recta del curso escolar perdiese tantas lecciones. Se comprometió a ir a visitarla a su casa y a llevarle todos los apuntes que habían visto en clase los días anteriores, además de los ejercicios y las fechas de los exámenes. El tutor no estaba muy convencido de que fuese conveniente dar datos sobre el alumnado así porque sí, pero ante la insistencia de la chica –que no fue poca– y vistas sus buenas intenciones finalmente cedió.
Todo ello, por supuesto, fue simplemente una excusa… le llevaría lo pactado con el tutor, pero su motivo principal era simplemente verla y saber de ella. Aunque hubiese conseguido la dirección de Luna por otros medios –ni ella misma se imaginaba cuáles podrían ser dichos medios, pero a perseverante no le ganaba nadie– si hubiese ido a molestarla a su casa sin una buena excusa probablemente le hubiese cerrado la puerta en las narices sin mayor explicación. La conocía bien… o al menos creía conocer a la gente como ella ¿cómo era ella? Un misterio…
Luna vivía en el lado opuesto de la ciudad donde se encontraba el instituto, prácticamente a las afueras. Luz leyó el papel donde tenía anotada la dirección proporcionada por su tutor: “Calle de las Amapolas Nº12”. Se encaminó hacia el lugar sonriente tarareando una canción, probablemente de algún anuncio que había escuchado recientemente en el televisor… esos malditos anuncios eran pegadizos. Rió a carcajadas sin saber muy bien por qué mientras que una pareja de ancianos que andaba paseando la miraban extrañados, era como una niña pequeña.
Por fin divisó el letrero donde rezaba el nombre de la calle y comenzó a buscar con la mirada la verja de la casa número doce. Caminó dando pequeños saltitos con la emoción reprimida hasta encontrar la casa que tanto ansiaba ver y comenzó a escoger las palabras adecuadas para explicar su presencia allí.
—No puede ser… —Se dijo a sí misma entre extrañada y confundida.
Volvió a comprobar lo que el tutor le había dejado escrito en la nota… “Calle de las Amapolas Nº12”. Aquella dirección no podía estar bien, pero lo cierto es que antes de que el profesor dejase escritas sus indicaciones lo hizo cerciorarse varias veces para no darle una dirección errónea. Tenía que estar bien, debía estarlo… pero al mismo tiempo no podía ser posible.
La casa frente a la que se encontraba tenía la verja oxidada, las baldosas estaban llenas de moho y las malas hierbas invadían el suelo. Decidió entrar… pero al encontrarse frente a la fachada encontró una puerta con la pintura descorchada y todas las persianas bajadas hasta el tope, sucias, llenas de polvo. Se sintió engañada… esa casa debía estar poco menos que abandonada, estaba segura de que nadie la había pisado en años. Era prácticamente imposible que Luna pudiese vivir allí. ¿Habría dado una dirección errónea al instituto? Quizás se había mudado y no actualizó la vivienda en el registro, probablemente a propósito. Esa chica era un verdadero misterio… y Lucía se sentía cada vez más decepcionada.
Finalmente tras un largo suspiro y un último vistazo a la casa número doce se encaminó a casa, dejando el papel tirado en el suelo…