Capítulo 3
Un ente divino avanza por unos amplios pasillos de mármol rosado. Portaba un mensaje para el consejo superior, pero su mirada denotaba un exasperante nerviosismo. No sabía dónde colocar las manos y le sudaban las palmas irremediablemente. “Probablemente a estas alturas ya deban saberlo.” Pensó el divino ser… “Solamente espero que no se ceben conmigo” “¿Por qué siempre se enfadan con el mensajero?” Suspiró apenado, ya no había solución.
No cabía la duda de que era un ser hermoso, de cabellos negros, ojos color chocolate y una piel nívea perfectamente esculpida… era un hombre alado, lo que los mortales en sus mitos y sueños denominaron ángel algún día. Pero los humanos, como con tantas otras cosas, solo tienen una idea preconcebida de lo que esto significa. Seres bajo las órdenes de un ente supremo… en cierto modo sí, pero ellos jamás adivinarían el desempeño de estos seres.
Únicamente los primeros humanos de todos los tiempos llegaron a conocerlos en profundidad, el resto, como ya se mencionaba anteriormente, solo son mitos e historias sobre aquellas cosas que no llegan a comprender.
Los primeros “humanos” no fueron creados por un dios, ni siquiera surgieron por sí mismos… simplemente fueron degradados y condenados al ostracismo. Fueron brualmente mutilados y desprovistos de sus alas; desterrados del limbo superior, donde habitan el resto de los entes divinos y condenados a vivir como seres mediocres en las bajas tierras. Pero todo eso fue hace mucho… durante la guerra del Bobtailen, cuya etimología en lengua antigua está formada con el prefijo “bo- /bob-” que significa “acontecimiento o momento”, y l lexema “Tailen” (creado)… con lo que en su conjunto quiere decir “día de la creación”.
El ángel de alas níveas cubiertas de plumas grandes y relucientes subía ahora por unas escalinatas algo estrechas para su gusto. Se veía obligado a plegar sus hermosas alas para que no rozasen contra las paredes rugosas. Los techos de aquéllos pasillos representaban un cielo nocturno plagado de pequeñas estrellas que parecían parpadear a su paso.
Por fin las prolongadas y tediosas escaleras acabaron para dar paso a una amplia estancia, cuya apariencia recordaba a algún tipo de templo fenicio… repleta de columnas colocadas en semcírculo en torno a una especie de roca de algún mineral color azul eléctrico. Las paredes eran muy altas, y a pesar de lo amplia que era la estancia y de su bóveda descubierta daba la sensación de estar dentro de un prisma. Numerosas pinturas que representaban hechos y batallas libradas decoraban las pareces de toda la estancia, y en cada columna había adherido un trono labrado en roca volcánica.
En el centro se encontraba un asiento cuyo aspecto era más imponente al resto… puesto que era el lugar del consejo que ocupaba el dios Supremo. El suelo de la estancia resplandecía tanto que parecieses estar caminando sobre un espejo… pero lo más imponente de todo era el consejo y todas las personas honorables que lo formaban.
Algunos humanos están equivocados al pensar que solamente existe un dios, que está asistido por su cortejo de ángeles bondadosos. En el limbo superior el término ángel y el término dios son meros sinónimos. Por supuesto que existen diferentes rangos de poder, dioses superiores a otros… y el dios Supremo, Auxiel, es el ángel más poderoso, aquel que rige la mitad del limbo superior.
El dios menor pasó la vista sobre aquellos asientos que estaban ocupados por tan ilustres gentes, situados ahora justo en frente suyo. Reconoció a algunos de los presentes… no por su propio mandato, sino por las historias y batallas narradas que todo ángel que se precie debía conocer. Entre ellos solamente se sentaba una mujer… un número relativamente bajo si tenemos en cuenta que el consejo estaba constituído por cinco personas, incluyendo Auxiel, actual dios Supremo.
Cada uno de los anteriores dioses Supremos que constituían el consejo era conocido por un título impuesto por su pueblo durante su mandato, y la diosa Cahalise de cabellos y ojos color miel y labios sonrosados, tan dulce en apariencia, se ganó tu título a base de sangre, sufrimiento y dolor… no necesariamente suyos, por supuesto.
La “Madre de hombres” fue demasiado ingenua y benevolente al principio de su reinado. Fue engañada y traicionada por el simple hecho de ser mujer, hasta el punto de verse obligada a tomar medidas drásticas, desencadenando el Bobtailen.
La esencia de un dios reside en sus alas, al ser estos desprovistos de ellas se convierten en mortales, seres débiles sin ningún poder aparente. Un ángel al que le han amputado las alas deja para siempre de ser un ente divino. Pierde su fuerza física, su rapidez, sus dones… e incluso gran parte de la memoria de lo que un día fue. A raíz de esta serie de batallas ya mencionadas es como Cahalise se ganó su sobrenombre.
Pero no por el hecho de ser la Madre de hombres es que fue la primera diosa Suprema…fue la segunda de ellos.
Poco se puede decir de su predecesor, puesto que nadie conoce su nombre y a penas se manifiesta en las reuniones del consejo... es un alma en pena, únicamente su cuerpo está a la vista de los demás, pero de su mente y su espíritu no se puede decir lo mismo. Tiene aspecto de ser un hombre consumido, sus ojos son marrones pero están apagados, y a pesar de aparentar cuarenta años una espesa barba no deja ver su rostro.
Simplemente se conoce de su mandato que se enamoró perdidamente de un ente del bando contrario… un auténtico amor prohibido, y aquello lo atormenta desde entonces como unas cadenas atadas alrededor de sus pies que al moverse articulan lamentos. Por aquella negligencia hay una especie de maldición, que obliga a todos los miembros del consejo a permanecer en el Palacio Celeste, la morada de los dioses de la mitad del limbo superior… a no salir de allí jamás.
El mensajero de los dioses apartó la mirada de los miembros del consejo y salió de sus cavilaciones. Acto seguido hincó su rodilla en el suelo como símbolo de respeto. “Señor, ten piedad.” Pensó como último recurso.
Un ente divino avanza por unos amplios pasillos de mármol rosado. Portaba un mensaje para el consejo superior, pero su mirada denotaba un exasperante nerviosismo. No sabía dónde colocar las manos y le sudaban las palmas irremediablemente. “Probablemente a estas alturas ya deban saberlo.” Pensó el divino ser… “Solamente espero que no se ceben conmigo” “¿Por qué siempre se enfadan con el mensajero?” Suspiró apenado, ya no había solución.
No cabía la duda de que era un ser hermoso, de cabellos negros, ojos color chocolate y una piel nívea perfectamente esculpida… era un hombre alado, lo que los mortales en sus mitos y sueños denominaron ángel algún día. Pero los humanos, como con tantas otras cosas, solo tienen una idea preconcebida de lo que esto significa. Seres bajo las órdenes de un ente supremo… en cierto modo sí, pero ellos jamás adivinarían el desempeño de estos seres.
Únicamente los primeros humanos de todos los tiempos llegaron a conocerlos en profundidad, el resto, como ya se mencionaba anteriormente, solo son mitos e historias sobre aquellas cosas que no llegan a comprender.
Los primeros “humanos” no fueron creados por un dios, ni siquiera surgieron por sí mismos… simplemente fueron degradados y condenados al ostracismo. Fueron brualmente mutilados y desprovistos de sus alas; desterrados del limbo superior, donde habitan el resto de los entes divinos y condenados a vivir como seres mediocres en las bajas tierras. Pero todo eso fue hace mucho… durante la guerra del Bobtailen, cuya etimología en lengua antigua está formada con el prefijo “bo- /bob-” que significa “acontecimiento o momento”, y l lexema “Tailen” (creado)… con lo que en su conjunto quiere decir “día de la creación”.
El ángel de alas níveas cubiertas de plumas grandes y relucientes subía ahora por unas escalinatas algo estrechas para su gusto. Se veía obligado a plegar sus hermosas alas para que no rozasen contra las paredes rugosas. Los techos de aquéllos pasillos representaban un cielo nocturno plagado de pequeñas estrellas que parecían parpadear a su paso.
Por fin las prolongadas y tediosas escaleras acabaron para dar paso a una amplia estancia, cuya apariencia recordaba a algún tipo de templo fenicio… repleta de columnas colocadas en semcírculo en torno a una especie de roca de algún mineral color azul eléctrico. Las paredes eran muy altas, y a pesar de lo amplia que era la estancia y de su bóveda descubierta daba la sensación de estar dentro de un prisma. Numerosas pinturas que representaban hechos y batallas libradas decoraban las pareces de toda la estancia, y en cada columna había adherido un trono labrado en roca volcánica.
En el centro se encontraba un asiento cuyo aspecto era más imponente al resto… puesto que era el lugar del consejo que ocupaba el dios Supremo. El suelo de la estancia resplandecía tanto que parecieses estar caminando sobre un espejo… pero lo más imponente de todo era el consejo y todas las personas honorables que lo formaban.
Algunos humanos están equivocados al pensar que solamente existe un dios, que está asistido por su cortejo de ángeles bondadosos. En el limbo superior el término ángel y el término dios son meros sinónimos. Por supuesto que existen diferentes rangos de poder, dioses superiores a otros… y el dios Supremo, Auxiel, es el ángel más poderoso, aquel que rige la mitad del limbo superior.
El dios menor pasó la vista sobre aquellos asientos que estaban ocupados por tan ilustres gentes, situados ahora justo en frente suyo. Reconoció a algunos de los presentes… no por su propio mandato, sino por las historias y batallas narradas que todo ángel que se precie debía conocer. Entre ellos solamente se sentaba una mujer… un número relativamente bajo si tenemos en cuenta que el consejo estaba constituído por cinco personas, incluyendo Auxiel, actual dios Supremo.
Cada uno de los anteriores dioses Supremos que constituían el consejo era conocido por un título impuesto por su pueblo durante su mandato, y la diosa Cahalise de cabellos y ojos color miel y labios sonrosados, tan dulce en apariencia, se ganó tu título a base de sangre, sufrimiento y dolor… no necesariamente suyos, por supuesto.
La “Madre de hombres” fue demasiado ingenua y benevolente al principio de su reinado. Fue engañada y traicionada por el simple hecho de ser mujer, hasta el punto de verse obligada a tomar medidas drásticas, desencadenando el Bobtailen.
La esencia de un dios reside en sus alas, al ser estos desprovistos de ellas se convierten en mortales, seres débiles sin ningún poder aparente. Un ángel al que le han amputado las alas deja para siempre de ser un ente divino. Pierde su fuerza física, su rapidez, sus dones… e incluso gran parte de la memoria de lo que un día fue. A raíz de esta serie de batallas ya mencionadas es como Cahalise se ganó su sobrenombre.
Pero no por el hecho de ser la Madre de hombres es que fue la primera diosa Suprema…fue la segunda de ellos.
Poco se puede decir de su predecesor, puesto que nadie conoce su nombre y a penas se manifiesta en las reuniones del consejo... es un alma en pena, únicamente su cuerpo está a la vista de los demás, pero de su mente y su espíritu no se puede decir lo mismo. Tiene aspecto de ser un hombre consumido, sus ojos son marrones pero están apagados, y a pesar de aparentar cuarenta años una espesa barba no deja ver su rostro.
Simplemente se conoce de su mandato que se enamoró perdidamente de un ente del bando contrario… un auténtico amor prohibido, y aquello lo atormenta desde entonces como unas cadenas atadas alrededor de sus pies que al moverse articulan lamentos. Por aquella negligencia hay una especie de maldición, que obliga a todos los miembros del consejo a permanecer en el Palacio Celeste, la morada de los dioses de la mitad del limbo superior… a no salir de allí jamás.
El mensajero de los dioses apartó la mirada de los miembros del consejo y salió de sus cavilaciones. Acto seguido hincó su rodilla en el suelo como símbolo de respeto. “Señor, ten piedad.” Pensó como último recurso.