Eventualmente, todas las ciudades y pequeños poblados necesitan algunas historias de terror, ya sea tácito o explicito, y el pueblo turístico de San Carlos de Bariloche no es la excepción...
Hace una semana, en un proyecto de cine independiente, mi mejor amigo desapareció mientras filmaba un corto de horror (terror psicológico) en las cercanías de Circuito Chico. Nadie, a pesar de la extensa búsqueda realizada por la policía y el ejército local, pudo explicar cómo el cuerpo de un joven pudo desaparecer en medio del bosque sin dejar rastro. Pero yo sí lo sabía, como también conocía la historia tras la cual fue Santiago a ese lugar: a la media noche, según la leyenda que prevalece en la zona, puedes encontrar una cabaña maldita si vagas lo suficiente.
La idea de que el mito se volviese realidad a través de un corto cinematográfico fascinaba a todo nuestro entorno, y fue aquello lo que impulsó a mi colega a aventurarse solitariamente en aquel boscaje inhabitado. Por supuesto nadie lo detuvo en su momento, todos queríamos saber qué parte de verdad se escondía en aquella ficción, y también creíamos inocentemente que todos los habitantes de la ciudad tenían derecho a ser informados. Lo que nunca nadie imaginó fue el drástico desenlace que tuvo la historia.
Una semana después, el grupo entero estaba devastado, ninguno podía abandonar su casa por el desgastador sentimiento de culpa que nos rodeaba, no estábamos preparados para afrontar una situación semejante, de hecho dudo que muchos hombres y mujeres puedan soportan tan despiadado reconcomio, y nuestro carácter se fue viendo afectado poco a poco. Fue entonces cuando decidí ir al lugar de los hechos a buscar respuestas, no me importaba ir solo, lo único que necesitaba en ese momento eran respuestas.
Pese al natural rechazo inicial, mis compañeros apoyaron la idea y definimos que los más fuertes y estables psicológicamente debían encargarse de aquella encomienda. Daniel Pinnar, Jennifer Díaz y yo fuimos los elegidos, en un principio parecíamos los menos desequilibrados emocionalmente, aunque por dentro sabíamos muy bien que no estábamos preparados para afrontar éste tipo de problemas. También asumimos qué lo mejor sería partir el mismo día por la noche hacía nuestro destino, ya que no podíamos permitirnos seguir retrasando el cometido.
A las 23:24 horas ya estábamos dentro de la frondosidad dando nuestros primeros pasos, tan asustados como esperanzados de encontrar las respuestas que estábamos buscando. Por algunos minutos nadie notó nada peculiar, pero a medida que los minutos corrían el camino se tornaba más estrecho y el ambiente más perturbador, regalándonos algunas risas y lloriqueos tan débiles que se camuflaban fácilmente con el sonido del viento, pisadas y resquebrajos de hojas detrás de nosotros y la desafortunada sensación de estar siendo observados a cada momento.
Una vez pasada la medianoche, a las 0:12 según mi reloj de pulsera, pudimos encontrar visualmente la cabaña de la leyenda; era una realidad y yacía ante nosotros, era un acontecimiento tan inquietante que nuestra amiga no tuvo más remedio qué reventar en lágrimas, sin que la pudiésemos consolar de alguna forma. Probablemente nadie hubiese podido calmarla, y no la culpo, pero necesitábamos proseguir en nuestra contingencia y tuvimos que obligarla a continuar, tratando de no presionarla lo suficiente como para que decidiese abortar la misión.
Para cuando llegamos a la puerta, los estremecedores quejidos de Jennifer no paraban de sonar, incluso se volvían cada vez más fuertes a medida que avanzábamos por el oscuro pasaje. Pretendimos entenderla, pero todo se descarriló en el momento en que comenzó a gritar efusivamente <Oh por dios, ¿¡qué es esto!? ¿¡Por qué me hacen esto a mí!?>>. Inmediatamente después de pronunciar la última palabra comenzó a correr histéricamente y tras alejarse unos cincuenta metros cayó en seco sobre un extraño pozo –probablemente de agua- que se encontraba en el lugar. Fue todo tan rápido y espontaneo que Daniel sólo pudo hacer una mueca de dolor y tomarme del brazo para dejar atrás el accidentado hecho y finalmente entrar en la vivienda.
Mi ahora único acompañante atinó el primer paso y en un acto espástico logró abrir la puerta, cuyo interior nos ofrecía un sinfín de desagradables sorpresas. Estando adentro pudimos visualizar en medio de la sala principal e iluminado por un tenue rayo de luz lunar la famosa EOS Rebel T4i, la bella cámara a la que Santiago solía llamar “mi preciosa”. Naturalmente esto llamó nuestra atención e inmediatamente acudimos a la pequeña repisa en dónde se encontraba aquella maravilla tecnológica. En cuanto la tuvimos en nuestras manos no dudamos en reproducir la única grabación que descansaba en su interior, no importó mucho las clases de traumas que esto podría generar a largo plazo: en él se veía como Santiago se ataba una soga al cuello y luego se ahorcaba. De pronto, un silencio sepulcral se hizo presente.
Aquel aterrador elipsis se vio interrumpida por un lo que parecía un horrible Déjà vu. Unas oscuras palabras arrasaron con la poca cordura que aún conservaba <<Oh por dios, ¿¡qué es esto!? ¿¡Por qué me haces esto!?>>. Pude sentir como todos y cada uno de mis nervios estallaba virtualmente mientras sentía como se erizaban los pelos de mi cuerpo y mi corazón comenzó a latir a un ritmo irregularmente alto. Cuando junté fuerzas y en definitiva levanté la vista, pude ver cómo Daniel se abalanzaba violentamente hacía un hacha que colgaba de la pared. Tras evitar el mareo y las imperiosas ganas de vomitar pude volver en mí y seguir adelante evitando recordar el sangriento festín que acababa de presenciar.
En aquel momento comencé a subir las escaleras tan despacio como pude, ya que tenía la sensación de que algo me esperaba al final de la misma –cortesía de los exóticos sonidos qué prevalecían en la negrura del primer piso-. ¡Está arriba mío, en el techo, mientras subo!, pensé y por un momento me dejé llevar por el sobresalto del momento, aunque después de corroborar que el cielo raso estaba deshabitado mi ansia fue decayendo progresivamente, llevándome a un estado de profunda paz. Aquella armonía, si alguna vez existió, se vio opacada precipitadamente por un fuerte chillido proveniente de los primeros escalones, lo cual me hizo voltear bruscamente en un acto reflejo totalmente forzado y desesperante. ¿¡Qué es eso que se mueve!? Otra vez más mis instintos me jugaron una mala pasada, sólo se trataba de mi propia sombra. Que idiota fui en ese momento, me dejé llevar por toda la presión que tenía.
Ya estando arriba comencé a experimentar una intensa tristeza, tan penetrante que mis ojos no pudieron impedir que un borbotón de lágrimas saliese disparado. No supe por qué estaba tan decaído hasta que giré mi cabeza. En el lado este de la habitación se podía ver una ventana rota en cuyo alfeizar tintineaban las puntas del pie del cuerpo sin vida de Santiago. Junto a él se encontraba un niño –o eso parecía- con un cuchillo de cocina paseándose entre sus manos. Ese chico era mi hermano menor, quien había fallecido en un accidente casero hace algunos años, cuando yo tenía trece años y el cinco. ¿Pero cómo había llegado ahí? Una avalancha de recuerdos sobre aquella desafortunada tarde irrumpió en mi mente. <<Fue un accidente, yo no tengo la culpa de todo, no podes culparme. ¡Fue un accidente!>>
En un segundo aquel tenue reflejó se transformó en realidad y mutó en un ser extraño y uniforme, que carecía de cualquier rastro de humanidad. No tenía facciones definidas ni una coherencia existencial, era más bien una quimera. Un ser que englobaba todo a lo que yo temía. En un abrir y cerrar de ojos lo tuve a menos de un metro, y a pesar de que no contaba con cuencas oculares o algo similar tuve sentir como me observaba detalladamente, esperando su momento para atacar. Por suerte mis extremidades reaccionaron a tiempo y comencé mi escape final, qué a cada paso que daba obtenía un ritmo más apresurado, que acompañaba la sinfonía de los alaridos que escapaban por mis labios.
Al bajar el último escalón me tropecé y la filmadora dio un brinco que la alejó algunos metros, lo cual me puso en una encrucijada mortal; ¿arriesgaba mi vida por el material que había ido a buscar y qué explicaría el misterio de la cabaña embrujada? ¡No! ¡Sí! ¡Claro que sí! Pero..., la idea suscitó un momento de reflexión que inevitablemente me llevó a tomar lo que parecía la mejor decisión: ir en busca del artefacto y exponer mi integridad física por el bien común. Tras ese momento de abstracción me abalancé hacía el objeto, dejando el paso libre para que aquella entidad pudiese posarse sobre la puerta de salida. Decidido a salir de allí no tuve más remedio que apretar los puños y atravesar su leve densidad, a cualquier costo. Y vaya que lo pagué, luego de cruzar la puerta pude sentir como mi mundo se desvanecía y todos mis paradigmas se volvían obsoletos. Ahora era parte de aquel lugar.
Una vez fuera emprendí mi impostergable viaje hacía la ruta más cercana, y más tarde que temprano logré llegar a las puertas del lujoso Hotel Llao-Llao, en dónde me esperaban el resto de mis amigos en una camioneta alquilada. En cuanto entré en el vehículo no pude pronunciar más que las siguientes palabras: “Vayámonos lo más lejos posible, por dios, esto es un infierno”. Inmediatamente después caí rendido en la áspera alfombra que reinaba la cabina trasera, sin poder decir ni hacer nada más.
Algunas horas después me desperté exaltado al notar que los presentes me observaban detallada y detenidamente, al igual que los médicos forenses al investigar un cuerpo humano en busca de anormalidades. Sin embargo mi desconcierto duró muy poco ya que tras esbozar mis primeras palabras le dieron Play al vídeo, en el cual se podía advertir como alguien asesinaba a sangre fría a Santiago y luego lo colgaba con una soga al techo. No obstante, eso no fue lo peor, aún quedaba un vídeo más, una nueva grabación mucho más oscura y perversa. El mismo sujeto del vídeo anterior estaba asesinando brutalmente a Jennifer y a Daniel, transformándolos en un ser inherente incapaz de dar cualquier tipo de respuesta. Una vez finalizada la matanza, el homicida se volvió hacía la filmadora y captó su propio rostro, lo cual hizo sobresaltar a más de uno en la sala. Era alguien que conocíamos... Era yo.