La Escuela
Autor:
paulo_2_5 aka BlaS
Capitulos:
- Capítulo 1: Frío como el Hielo
- Capítulo 2: Las malas noticias llegan volando
Persona Gramatical:
3ra Persona
Bueno, este es un libro que he estado escribiendo hace un buen tiempo y quería postearlo aquí a ver si lo leen y lo comentan. No tiene nada que ver con Pokémon o algo similar, bueno, ya verán de qué trata cuando lo lean:
El joven corrió a través del estadio, con el objetivo firmemente sujetado. Lo venían persiguiendo dos guardias que no se atrevían a dispararle. Era tan mítica la agrupación a la que el estudiante pertenecía, que los inexpertos guardias temían que al dispararle, soltara sobre ellos el castigo que les correspondía. El joven dobló en los camerinos y a toda carrera, empujó un ladrillo. Se abrió una puerta secreta, lo suficientemente grande como para que el paquete entrase. Eso era lo único que importaba. Si caía en una misión, sería recibido con honores por su gremio. Logró introducir el objetivo y volver a empujar el ladrillo antes que los guardias entrasen con las USP .45 en alto. Él mismo tenía una en el bolsillo derecho, pero no quería comprobar que uno era mayor a dos. Los guardias entraron y automáticamente apuntaron a su frente. A pesar de la seguridad que se suponía debían tener, sus manos temblaban.
- Ni un paso más, muchacho –Dijo el de la izquierda, probablemente mayor pero igual de inexperto.
- Ni se me ocurriría –Respondió el adolescente, con una media sonrisa en el rostro
- A mí no me gustan los listillos, te lo advierto –Señaló el de la derecha.
- Supongo que es un odio mutuo, señor guardia
- Ahora vas a ir tranquilamente hasta la puerta, mientras mi compañero te amarra las manos
- Me parece que están cometiendo un error, colegas
- ¿Y cuál es, niño?
- Sucede que están contando con que yo apaciblemente voy a hacerles caso
- Si no quieres eso, quizás te agrade morir con dos balazos en el cerebro…
- Cosa que tampoco sucederá…
- Ya me estás cansando, muchacho. Haz lo que te digo, todos felices y el jefe se encarga de ti –Dijo el de la derecha, evidentemente irritado.
El muchacho sonrió. Una de las principales habilidades que le había permitido permanecer con vida era la de encolerizar a sus enemigos en situaciones adversas. Cuando el enemigo estaba poseído por la furia, cometía estupideces. “Como la de bajar el arma mientras pasa a mi costado” El joven aprovechó la oportunidad y conectó un golpe preciso y mortal en el guardia, inmovilizándolo. Robó el arma a la vez que sacaba la suya. Ahora el controlaría la ocasión.
- Hacia la pared y el arma al suelo
- Ya voy muchacho, hoy no muero
- Menuda suerte la tuya –contestó el muchacho- la de saber que hoy no vas a morir. Yo puedo morir hoy o mañana y lo que más me duele es que no me importa.
Los guardias le hicieron caso y dejaron su última arma en el suelo. El joven jugueteó con la idea de clavarle un par de balazos a cada uno y, después de pensarlo mucho, no era mala idea. A pesar de eso, decidió dejarlos vivir.
- Me despido de ustedes, señores –dijo el muchacho como adiós- Fue un gusto ser perseguido por ustedes y espero que podamos tener varias noches como esta –Hizo una reverencia y se fue.
- Está loco –dijo el menor una vez el muchacho se fue- Todos están locos. No sé por qué acepté trabajar aquí.
- Habrá que dejarlo así –respondió el guardia mayor- Como él mismo dijo, habrá otra noche. Y esa noche, créeme, no fallaremos.
Lo que los tres ignoraban era que esa era la última de las correrías nocturnas del muchacho.
Desde que lo asignaran a esa escuela, Martín Kalinowski, peruano de padre polaco y madre argentina, tirador de élite de las Fuerzas Armadas del Perú y orgulloso padre de tres niños, no dejaba de quejarse y maldecir su mala suerte. Entrenado junto a Marines y miembros de las SAS, terminaba confinado a un colegio que hacía las de polvorín. Le habían indicado que tenía que evitar cualquier huída, invasión o intento de entrada al almacén, pero Martín había desechado esas advertencias tras hacer una visita a las clases. Todos los varones eran chicos muertos, consumidos por la monotonía y sin ganas de ser diferentes. Seguían la misma moda, idolatraban al mismo cantante, se excitaban con la misma actriz y jugaban los mismos juegos. Las muchachas eran demasiado diferentes a las de su época, pero seguían la misma línea de monotonía que los varones: escuchaban la misma música, compraban la misma ropa, usaban el mismo maquillaje y soñaban con acostarse con los mismos jugadores del equipo de fútbol. Consideró a casi todos una masa de mugre estudiantil, incapaz de ejercer cualquier acción seria en contra de la dictadura reinante, de la cual tácitamente discrepaba. Cuando le había comentado al director sus pensamientos, el director se rió de su incredulidad y le respondió:
- Así que usted piensa que ninguno podría ejercer alguna acción seria contra el gobierno. Bien, pues alguien lo está haciendo y, me crea o no, esto puede costarnos bastante.
En cambio, cuando Martin, tras una segunda visita a las clases, había elaborado una detallada lista de quienes poseían las cualidades intelectuales y de mando necesarias para poner en marcha una revolución dentro de la escuela, el director otra vez se rió y le contestó:
- Estos que me pone usted aquí, son mis mejores alumnos, contentos con su vida, incapaces de matar una mosca y mucho menos una persona. Antes de sospechar de alguien, debería pasar más tiempo aquí.
“Tiempo” pensó Martín. Llevaba 6 meses ahí y las FAP no daban señales de querer cambiarlo de ubicación. Pero entonces algo se movió entre los arbustos. Era demasiado grande como para ser un animal, añadiendo que la escuela no permitía animales en las instalaciones. Era uno de esos. Esos rebeldes a los que tenía que matar. Quizás si caía uno regresaría a su casa, a jugar de nuevo fútbol con sus hijos, volver a cenar con su esposa, y recordar con sus padres vergonzosas anécdotas de su infancia. Sabía que no podía dejar escapar esa oportunidad y sin demora llamó a la torre de al frente por la radio.
- ¿Qué hay, Kalinowski? –Respondió una somnolienta voz a través del aparato
- Arbustos de la derecha, seis metros desde tu torre.
El compañero de Martín se sorprendió de su precisión. Sabía que había sido entrenado con fuerzas militares que él sólo conocía en videojuegos y que estaba en busca de un ascenso en las Fuerzas Armadas, pero nunca imaginaba su potencial bélico. “Cinco de estos fácilmente pueden barrer un ejército”. Otra cosa que le sorprendía de Kalinowski era su profesionalismo. “A veces olvida que está en una estúpida escuela y piensa que debe comportarse igual de respetuoso que en un cuartel”. Pero se sorprendió aún más al encontrar a uno de los chiquillos ladrones en la posición exacta que el polaco-peruano le había dado.
- Te lo dejo, hombre –Se apresuró a responder
Martín sonrió como respuesta y apuntó al corazón. Sabía que un disparo al corazón mataba con efecto retardado y que un elefante en estampida al que se le dispare en el órgano vital podía recorrer kilómetro y medio antes de caer. Ignoraba el trecho que podía recorrer un humano. Nunca era tarde para aprender así que jaló del gatillo. El muchacho avanzó unos pasos y cayó pesadamente al suelo. No pudo calcular el tiempo porque justo después de disparar, una voz metálica hablaba por la radio.
- ¿Frio?
- Frio como el hielo
- Hay que hacer una identificación y llevar el cadáver a la morgue ¿Qué inventarán ahora?
- Probablemente que se cayó por el barranco. Me pregunto cómo los alumnos no se dan cuenta de lo que ocurre aquí
- Tú mismo has dicho que estos colegiales son un poco de mierda del montón. No aceptarían que la gente muere a balazos en su colegio así le disparen a alguien en su cara. Además, todos los que saben de esto terminan “fríos”
- Fríos como el hielo –concordó Martín. Cerró los ojos y evocó una mañana de Febrero, reunido con su familia.
Nadia siempre había odiado los despertares. Sentir el sudor pegado a su piel, los cabellos despeinados y los párpados pesados siempre había sido motivo de aversión por parte de la rubia. Pero ese despertar repentino, a las 5 de la mañana de un sábado, tenía tintes funestos.
- Despierta Nadia, despierta –Le decía una voz que hablaba en su oído pero que sonaba tan lejana que parecía provenir de la entrada a los camarotes.
- ¿Qué pasa? –Preguntó Nadia con voz somnolienta, mientras trataba de identificar la voz que la había sacado del plácido sueño hacia el aborrecible estado de la semiconsciencia.
- Es Sergio… El está… -La voz vacilaba, mientras los pesados párpados luchaban contra la gravedad, vislumbrando débiles sombras- Está…
- Diablos, habla de una vez –Nadia no dijo ningún nombre porque no tenía ninguno. Mientras el otro sea un desconocido, la posición agresiva le daría cierto control de la situación. O al menos eso creía.
- ¡Nadia! –El tono la sorprendió, pero el extraño no le dio tiempo de decir nada- ¡Sergio está muerto!
La repentina noticia le hizo obtener toda la conciencia que necesitaba. Abrió los ojos y vio a Ernesto, aquella desconocida voz que se las había ingeniado para colarse en los dormitorios femeninos y avisarle la funesta noticia. Pronto Nadia se sintió en otra inconsciencia. Más tarde sólo recordaría imágenes vagas, pasillos que no había visto antes, una chica silbando alegremente, un pajarillo en una sucia ventana, la entrada a unos servicios higiénicos, pronto llegarían las caras tristes, gente llorando, Franco con una pañoleta negra en la frente, una lágrima escapando por su mejilla izquierda, todos cabezas gachas y de pronto Nadia se daría cuenta de que había estado caminando abrazada de Ernesto, llorando cabeza con cabeza, tanto que su camisón de dormir tenía la parte delantera completamente húmeda y en las mejillas se había formado un surco perfectamente visible de lágrimas que caían casi ininterrumpidamente.
Notaría que mientras casi todos permanecían profundamente alterados, algunos llorando notoriamente, por la visión de la muerte de un compañero, Ernesto, Franco, Valmiro y Ana mantenían una sombría cara de furia congelada, con ocasionales lágrimas traviesas, mucho más numerosas en Ernesto, que caían por sus mejillas. Pero entonces trajeron el cuerpo y las observaciones de Nadia cayeron en el olvido.
Tenía la cara pálida, pintada ocasionalmente por uno que otro golpe y ya no llevaba la pijama o la ropa de la escuela, sino una bata blanca, con la que probablemente sería enterrado. Una rara política decía que en esos casos los padres no podían asistir al funeral, por el problema del viaje y el de mantener tanto tiempo insepulto un cuerpo. A Nadia no le interesaba mantenerlo insepulto, quería siquiera darle una última despedida digna. Le iba a costar bastante aceptar que Sergio ya no estaba, que su sonrisa no la acompañaría más, que ya no sentiría sus besos, ese tacto que erizaba cada vello de su piel, los chistes en la hora de clases e iba a extrañar la forma en que bailaban en las ocasionales fiestas que él mismo organizaba.
Ernesto había estado llorando ininterrumpidamente desde que Valdo le diese la noticia. Las líneas de comunicación del grupo nunca fallaban y con una noticia como esa, menos. Había salvado el paquete, pero no se había salvado él. Sabía que eso pasaba, que estaban luchando por una causa justa y que Sergio sería recibido con los brazos abiertos por los que habían muerto antes que él. Una vez había dicho que no había más estúpido que un patriota, porque en tiempos de guerra sólo hablaba de morir por su patria pero nunca de matar por su patria. Nunca pensó que le llegaría el día de sufrir eso tan cerca. Luchaban secretamente por instaurar un gobierno justo, pero cuando cada caído era siempre cercano a ti, la guerra era mucho más desigual sentimentalmente que en número. Sólo quedaba seguir luchando, para que la muerte de Sergio no fuese en vano.
- Señores, quizás les duela oír esto, pero la muerte del alumno ha sido completamente innecesaria –Una voz cínica, pausada y pastosa, propia de un hombre de edad, retumbó en la sala- Un accidente completamente evitable si tuviesen en cuenta los avisos de seguridad sobre el campus
Ernesto sintió tan súbita oleada de furia que le faltó muy poco para sacar su M1911 y hacer un único disparo a la cabeza que acabe de una vez con toda esa farsa, pero el autocontrol era una de sus mayores cualidades. A pesar de eso, notó su mano derecha rozando la pistola. Sabía que no era el único furibundo en la sala. Todos y cada uno de los presentes observaban en silencio al director, tragándose lisuras, mentadas de madre, agresiones y demás. Aun los que no sabían la verdadera naturaleza de la muerte de Sergio estaban en desacuerdo con la forma de expresarse del director. Casi todos tenían la boca fruncida, la mandíbula tensa y las manos en puño. Casi todos excepto Nadia, que aun lloraba desconsoladamente sobre el cuerpo. Ernesto sentía una vaga oleada de culpa, por haberla despertado y darle la noticia, pero no se podría perdonar jamás que Nadia no vuelva a ver a Sergio jamás. Por dos años había logrado mantener a raya lo que sentía por ella, por respeto a Sergio. Ahora él ya no estaba, pero dudaba que Nadia lograse responder a algún afecto por algún tiempo. Aparte de que dudaba de poder tener él mismo un sentimiento bueno en mucho tiempo.
- ¿Cómo es que hay tantos alumnos aquí reunidos, joven? –Preguntaba la voz pausada y pastosa, ahora detrás suyo- Hace sólo unos minutos se dio la noticia
Ernesto lo miró fijamente, escogiendo la respuesta adecuada. Ignoraba si el director sabía que él también era un enemigo y prefería no arriesgarse.
- Las malas noticias llegan volando –Dijo finalmente Ernesto, y sonrió tristemente.
- Despierta Nadia, despierta –Le decía una voz que hablaba en su oído pero que sonaba tan lejana que parecía provenir de la entrada a los camarotes.
- ¿Qué pasa? –Preguntó Nadia con voz somnolienta, mientras trataba de identificar la voz que la había sacado del plácido sueño hacia el aborrecible estado de la semiconsciencia.
- Es Sergio… El está… -La voz vacilaba, mientras los pesados párpados luchaban contra la gravedad, vislumbrando débiles sombras- Está…
- Diablos, habla de una vez –Nadia no dijo ningún nombre porque no tenía ninguno. Mientras el otro sea un desconocido, la posición agresiva le daría cierto control de la situación. O al menos eso creía.
- ¡Nadia! –El tono la sorprendió, pero el extraño no le dio tiempo de decir nada- ¡Sergio está muerto!
La repentina noticia le hizo obtener toda la conciencia que necesitaba. Abrió los ojos y vio a Ernesto, aquella desconocida voz que se las había ingeniado para colarse en los dormitorios femeninos y avisarle la funesta noticia. Pronto Nadia se sintió en otra inconsciencia. Más tarde sólo recordaría imágenes vagas, pasillos que no había visto antes, una chica silbando alegremente, un pajarillo en una sucia ventana, la entrada a unos servicios higiénicos, pronto llegarían las caras tristes, gente llorando, Franco con una pañoleta negra en la frente, una lágrima escapando por su mejilla izquierda, todos cabezas gachas y de pronto Nadia se daría cuenta de que había estado caminando abrazada de Ernesto, llorando cabeza con cabeza, tanto que su camisón de dormir tenía la parte delantera completamente húmeda y en las mejillas se había formado un surco perfectamente visible de lágrimas que caían casi ininterrumpidamente.
Notaría que mientras casi todos permanecían profundamente alterados, algunos llorando notoriamente, por la visión de la muerte de un compañero, Ernesto, Franco, Valmiro y Ana mantenían una sombría cara de furia congelada, con ocasionales lágrimas traviesas, mucho más numerosas en Ernesto, que caían por sus mejillas. Pero entonces trajeron el cuerpo y las observaciones de Nadia cayeron en el olvido.
Tenía la cara pálida, pintada ocasionalmente por uno que otro golpe y ya no llevaba la pijama o la ropa de la escuela, sino una bata blanca, con la que probablemente sería enterrado. Una rara política decía que en esos casos los padres no podían asistir al funeral, por el problema del viaje y el de mantener tanto tiempo insepulto un cuerpo. A Nadia no le interesaba mantenerlo insepulto, quería siquiera darle una última despedida digna. Le iba a costar bastante aceptar que Sergio ya no estaba, que su sonrisa no la acompañaría más, que ya no sentiría sus besos, ese tacto que erizaba cada vello de su piel, los chistes en la hora de clases e iba a extrañar la forma en que bailaban en las ocasionales fiestas que él mismo organizaba.
Ernesto había estado llorando ininterrumpidamente desde que Valdo le diese la noticia. Las líneas de comunicación del grupo nunca fallaban y con una noticia como esa, menos. Había salvado el paquete, pero no se había salvado él. Sabía que eso pasaba, que estaban luchando por una causa justa y que Sergio sería recibido con los brazos abiertos por los que habían muerto antes que él. Una vez había dicho que no había más estúpido que un patriota, porque en tiempos de guerra sólo hablaba de morir por su patria pero nunca de matar por su patria. Nunca pensó que le llegaría el día de sufrir eso tan cerca. Luchaban secretamente por instaurar un gobierno justo, pero cuando cada caído era siempre cercano a ti, la guerra era mucho más desigual sentimentalmente que en número. Sólo quedaba seguir luchando, para que la muerte de Sergio no fuese en vano.
- Señores, quizás les duela oír esto, pero la muerte del alumno ha sido completamente innecesaria –Una voz cínica, pausada y pastosa, propia de un hombre de edad, retumbó en la sala- Un accidente completamente evitable si tuviesen en cuenta los avisos de seguridad sobre el campus
Ernesto sintió tan súbita oleada de furia que le faltó muy poco para sacar su M1911 y hacer un único disparo a la cabeza que acabe de una vez con toda esa farsa, pero el autocontrol era una de sus mayores cualidades. A pesar de eso, notó su mano derecha rozando la pistola. Sabía que no era el único furibundo en la sala. Todos y cada uno de los presentes observaban en silencio al director, tragándose lisuras, mentadas de madre, agresiones y demás. Aun los que no sabían la verdadera naturaleza de la muerte de Sergio estaban en desacuerdo con la forma de expresarse del director. Casi todos tenían la boca fruncida, la mandíbula tensa y las manos en puño. Casi todos excepto Nadia, que aun lloraba desconsoladamente sobre el cuerpo. Ernesto sentía una vaga oleada de culpa, por haberla despertado y darle la noticia, pero no se podría perdonar jamás que Nadia no vuelva a ver a Sergio jamás. Por dos años había logrado mantener a raya lo que sentía por ella, por respeto a Sergio. Ahora él ya no estaba, pero dudaba que Nadia lograse responder a algún afecto por algún tiempo. Aparte de que dudaba de poder tener él mismo un sentimiento bueno en mucho tiempo.
- ¿Cómo es que hay tantos alumnos aquí reunidos, joven? –Preguntaba la voz pausada y pastosa, ahora detrás suyo- Hace sólo unos minutos se dio la noticia
Ernesto lo miró fijamente, escogiendo la respuesta adecuada. Ignoraba si el director sabía que él también era un enemigo y prefería no arriesgarse.
- Las malas noticias llegan volando –Dijo finalmente Ernesto, y sonrió tristemente.
Espero que les guste y por favor comenten bastante. Seguiré añadiendo capítulos mientras los vaya escribiendo
Saludos