Érase una vez una ratonera, donde los ratones vivían alegremente compartiendo su comida y sus recursos y haciendo lo que les gustaba, corretear de un lado a otro de los tuneles hablando entre ellos y divirtiendose, pero había algo que lamentablemente interrumpía la paz de estos animalillos, de vez en cuando algún topo despistado cavando su topera llegaba hasta los túneles de la ratonera, el topo al ver lo ocurrido se disculpaba y se presentaba, los ratones, indifirentes, le saludaban y continuaban a lo suyo, el topo era jovencito y aún así ya era más grande que los ratoncitos de mayor edad, el topo preguntó si podía ver la ratonera y tomó el silencio de los ratones como un "sí". El topo decidió frecuentar la ratonera y acabó llegando a agradar a los ratones, pues al ser todos animales de tierra compartían ciertas ideas, pero un día sucedió algo que de una u otra manera iba a acabar sucediendo, el pequeño topo creció y adquirió un tamaño mucho mayor que el de cualquier ratón de la ratonera, por lo tanto no podia pasar por los túneles, el topo pidió ayuda a los ratones, pero estos le ignoraban y le decían que se fuese, que no les molestase, el topo, que no quería perder a sus amigos comenzó a rascar las paredes del tunel para hacerlo más grande, los ratones, iracundos comenzaron a echarle tierra encima pero este no paraba, así que comenzaron a morderle, arañarle, arrancarle las zarpas, hasta llevarlo a la muerte. De repente los ratones se habían convertido en ratas.
Muchas veces se repitió la historia, algunos topos marcharon, otros murieron intentando llegar a los ratones y otros crearon indiferentemente sus propias toperas donde vivir con otros topos.
Pero la ratonera tenía algo especial los topos no podían realmente alejarse de ella, llegó a haber topos que de tanto desear seguir con los ratones se convirtieron en uno de ellos.