Y de pronto, lo descubrí. Sentía un escalofrío por todo el cuerpo y se me erizó el joven vello rubio y blanco que tenía en la nuca y las extremidades superiores. Supe, que con solo entablar una conversación con él tendría problemas muy serios con el exterior. Sabía perfectamente que con solo una palabra se me nublaría la vista y nunca más la podría recuperar. Perdería a algunos amigos hasta me cabrearía con ellos muy fácilmente, pero él; el señor omnipotente, me hacía transformarme en una persona maligna como las que salen en la tele. Mi alma se volvía oscura tan sólo ver su mujer, y con él, era lo más temible que podía creerme. Cada mirada, cada órgano, cada célula de su cuerpo me hacía temblar; pero a su vez, rugía en mi interior una furia de malestar. Necesitaba curarme, no podía aguantar más; tenía que hablar con él. El odio.

Y con esto no fue suficiente... Nunca ha sido una opción suficiente.

Y comprendí al final, que se necesitaban mutuamente. Eran sol y luna, blanco y negro. Hermanas que nacieron de la amistad y la rivalidad, partieron diferentes caminos. El trabajo de una lo deshacía otra y viceversa. Se sabría muy bien quién vendría primera, pero… ¿cuándo? La hermana más grande viajaba en el mundo para encontrar unificación, en cambio la otra buscaba la soledad en cada ser vivo.
Ciegos quedan los que siguen las creencias, las amistades y los favores; ciegos del Sol. Sin visibilidad están los que sólo pueden mirarse a sí mismo, los que ven pecados y los que la rabia los completa; donde sólo pueden mirar la Luna.

Sin duda, se necesitan. Ciegos estaremos de la confianza y sin vista quedaremos de la desconfianza.