Capítulo 2
Zarpa negra
El amanecer me molestó, eso significaba otro duro día de entrenamiento con Nublada. Como si oyera mis pensamientos, la vieja gata maulló:
-Eres un gato, no un hurón. Levanta.
Lo hice de mala gana, y me desperecé.
-Dime- pidió ella,-¿qué debe hacer un guerrero cuando no queda carne fresac?
-Salir a cazar- respondí con sueño.
-¿Pues a qué esperas?- me urgió Nublada.- ¡Venga, caza!
Salí del edificio saltando por los agujeros que había en cada planta, en el suelo. Una vez en la calle, cacé una paloma y una rata. Empecé la paloma, la rata, para Nublada, porque estaba asquerosa. Probablemente me daría una charla sobre el respeto a los ancianos, pero el que caza, decide, y esa no era una situación especial: aunque Nublada fuera vieja, yo sabía perfectamente que se conservaba bien.
Como era de suponer, Nublada me echó la bronca, y tras comprobar que podía ejecutar perfectamente esos movimientos de lucha que había practicado más veces que las estaciones de mi maestra, ella dijo:
-Bueno, ya que parece que sabes luchar, te enseñaré a saltar.
Se me erizó el pelaje.
-¿Qué?- bufé.- ¡Ya no soy ningún gatito!
-Vale- respondió Nublada, con voz calmada.- Entonces... salta hasta ahí.
Apuntó con la cola a otra azotea, a una distancia de más de quince gatos. Comprendí que mi impulsividad me había perjudicado, y, cambiando de táctica, empecé a acicalarme el pelaje, negro como la noche.
-¿A qué esperas? ¡Salta!
- Yo solo hago cosas posibles.
-Está bien- había conseguido enfadarla.- ¡Mira!
Tomó carrerilla y saltó. Estuvo un tiempo demasiado largo en el aire y, finalmente, cayó sobre el otro edificio.
"Clan Celeste", pensé, "¿por qué tengo que llevar esta vida?"
- Has visto que es posible- maulló la curandera gris.- Ven ya.
- ¡Yo no tengo magia!- protesté.
- ¡Sí la tienes!
- ¡No!
Entonces, la gata suspiró.
- Cálmate, Zarpa Negra. No lo sabes. Solo dices eso por llevarme la contraria.
Me di cuenta de que tenía razón.
- ¿Por qué- continuó- no te olvidas del exterior y miras en tu interior? Nunca lo haces, Zarpa Negra, y allí cada gato tiene mucho más de lo que cree.
Estuve a punto de gritar: "¡¿Pero qué te crees?! ¡¿Que es así de fácil?!", pero decidí hacerle caso. Sin embargo, quedé decepcionad: por más que reflexionara, no sentía nada. Nada,excepto... un deseo de intentarlo. Un deseo que fue creciendo y creciendo hasta ocupar mi mente.
- Eres estúpido- me dije, y eché a correr.
Salté a la cornisa, y tras eso, hice el salto. Cerré los ojos y dejé que el viento jugara con mi pelaje.
Me golpeé con las patas delanteras. Abrí los ojos. ¡Había llegado! Pero estaba colgando sobre la calle, y, ¿por qué sentía que mis entrañas estaban ardiendo?
Nublada me cogió por el pescuezo, y como cuando era pequeño, me levantó.
-¡Lo has hecho!- me felicitó.
- Nublada- conseguí murmurar con mi garganta en llamas.- No... estoy...
Tosí, y en vez de saliva, el líquido que escupí fue sangre.
Cuando abrí los ojos, Nublada me estaba intentando dar una papilla de hierbas.
- Come- me dijo.- Eso que te ha pasado es normal con la magia, las primeras veces.
Comí un poco y aguanté el sabor amargo. Miré en derredor: volvíamos a estar sobre La Fortaleza, lo más parecido que teníamos a un hogar.
- Hice magia, ¿no?- murmuré.
- Sí. Y eso es normal porque el cuerpo la bloquea. Tienes que ir eliminando ese bloqueo.
Lo comprendí. Había oído muchas historias de gatos que murieron por usar magia demasiado poderosa, pero siempre pensé que había sido por la fatiga. Ahora sabía que se habían destruido desde dentro.
Me intenté levantar, pero mis patas me quemaban.
-Tranquilo- me calmó Nublada.
Espera. ¿Por qué Nublada me hablaba con esa dulzura? Cuando lo comprendí, me enfadé muchísimo con ella. ¡Solo era por la magia! Maldita...
La hipócrita me dejó la tarde libre, y yo salí por la calle. No había ningún gato: eso era la Tierra de Nadie, el territorio que no pertenecía a ningún clan.
Tras un tiempo andando lo vi: ¡un gorrión! Quizá fueran comunes, pero ese estaba tan gordo que parecía que iba a explotar. Me agazapé, mi presa me daba la espalda. Tensé todos mis músculos y salté, extendiendo las zarpas. De pronto, algo bloqueó mi visión y me di un buen golpe. La presa salió volando.
- ¡Mira lo que has hecho!- me reprochó una voz de gata.
- ¿Que qué he hecho? ¡Podrías buscar tus propias presas!
Miré a la gata: era joven, tenía el pelaje del color de la miel y los ojos, del de las hojas de parra. Parecía bien alimentada, y eso sólo podía significar una cosa.
"Gata de clan"
- Lo he hecho- bufó ella,- y parece que alguien me ha seguido.
- ¿Desde el territorio de tu clan? No creo que te haya seguido, ni que tú hayas seguido ese gorrion.
- ¿Cómo sabes que soy de clan?- se alarmó.
- No estás tan flaca como yo. ¿Qué haces fuera de tu territorio?
Ella suspiró y se callo. Finalmente inquirió:
- ¿Cómo te llamas?
- Zarpa Negra.
- Yo soy Arena, del Clan del Desierto. ¿Qué te pasa?
"Es joven", me repetía. "No pudo estar en la Matanza." Pero aun así, mis músculos se habían tensado, y mi corazón, acelerado, y lo peor de todo, ella se había dado cuenta.
- Nada. Solo que... entre los gatos sin clan como yo- mentí,- tu clan tiene una reputación... curiosa.
Ella suspiró.
- Lo sé, y no puedo remediarlo. Pero bueno, estoy aquí por mi padre.
- ¿Te ha repudiado?
- No, solo es que... me sigue viendo como una gatita, y eso... es molesto.
A mí me pasaba todo lo contrario, Nublada me exigía como si no fuera un aprendiz, sino un guerrero experimentado.
- Además- continuó,- es uno de los gatos más influyentes del clan; se dice que solo hay un guerrero capaz de igualarle.
"Clan Celeste, ayudadme", imploré. "Un guerrero que iguala a Alma del Desierto. Si me descubren..."
- ¿Y tú?- su voz me sorprendió.- ¿Cómo vivis los gatos sin clan?
Odiaba mentir, pero la situación lo requería.
- Es duro. Tengo que alimentar a mi anciana madre y a mis hermanitos.
- ¿Y qué hace tu padre?
- No lo sé. Nunca he sabido nada de él- había dicho la verdad.
- Ya... En el clan nos respetamos, al menos. Supongo que no tengo una vida tan mala. Por cierto, ¿sabes que tienes nombre de aprendiz?
- No lo sabía- me corroían los remordimientos. -Quizá mi padre fue un gato de clan.
- Entonces tuvo que ser uno muy poco leal, para tener hijos con una proscrita, y luego abandonarlos.
- Seguro- dije, y pensé: "Menuda vida".
Charlamos un rato más, hasta que Arena dijo:
- Oye, Zarpa Negra, tengo que volver ya. ¿Podemos... vernos mañana?
Eso fue un duro golpe. No debería, pero no tenía amigos.
- Sin problemas- mentí una vez más.- Mañana, aquí y a la hora en que nos vimos, ¿vale?
- Está bien.
Cuando se hubo ido, me entristecí al darme cuenta de que para ser su amigo tendría que mentir a dos gatas: a Arena... y a Nublada.
Zarpa negra
El amanecer me molestó, eso significaba otro duro día de entrenamiento con Nublada. Como si oyera mis pensamientos, la vieja gata maulló:
-Eres un gato, no un hurón. Levanta.
Lo hice de mala gana, y me desperecé.
-Dime- pidió ella,-¿qué debe hacer un guerrero cuando no queda carne fresac?
-Salir a cazar- respondí con sueño.
-¿Pues a qué esperas?- me urgió Nublada.- ¡Venga, caza!
Salí del edificio saltando por los agujeros que había en cada planta, en el suelo. Una vez en la calle, cacé una paloma y una rata. Empecé la paloma, la rata, para Nublada, porque estaba asquerosa. Probablemente me daría una charla sobre el respeto a los ancianos, pero el que caza, decide, y esa no era una situación especial: aunque Nublada fuera vieja, yo sabía perfectamente que se conservaba bien.
Como era de suponer, Nublada me echó la bronca, y tras comprobar que podía ejecutar perfectamente esos movimientos de lucha que había practicado más veces que las estaciones de mi maestra, ella dijo:
-Bueno, ya que parece que sabes luchar, te enseñaré a saltar.
Se me erizó el pelaje.
-¿Qué?- bufé.- ¡Ya no soy ningún gatito!
-Vale- respondió Nublada, con voz calmada.- Entonces... salta hasta ahí.
Apuntó con la cola a otra azotea, a una distancia de más de quince gatos. Comprendí que mi impulsividad me había perjudicado, y, cambiando de táctica, empecé a acicalarme el pelaje, negro como la noche.
-¿A qué esperas? ¡Salta!
- Yo solo hago cosas posibles.
-Está bien- había conseguido enfadarla.- ¡Mira!
Tomó carrerilla y saltó. Estuvo un tiempo demasiado largo en el aire y, finalmente, cayó sobre el otro edificio.
"Clan Celeste", pensé, "¿por qué tengo que llevar esta vida?"
- Has visto que es posible- maulló la curandera gris.- Ven ya.
- ¡Yo no tengo magia!- protesté.
- ¡Sí la tienes!
- ¡No!
Entonces, la gata suspiró.
- Cálmate, Zarpa Negra. No lo sabes. Solo dices eso por llevarme la contraria.
Me di cuenta de que tenía razón.
- ¿Por qué- continuó- no te olvidas del exterior y miras en tu interior? Nunca lo haces, Zarpa Negra, y allí cada gato tiene mucho más de lo que cree.
Estuve a punto de gritar: "¡¿Pero qué te crees?! ¡¿Que es así de fácil?!", pero decidí hacerle caso. Sin embargo, quedé decepcionad: por más que reflexionara, no sentía nada. Nada,excepto... un deseo de intentarlo. Un deseo que fue creciendo y creciendo hasta ocupar mi mente.
- Eres estúpido- me dije, y eché a correr.
Salté a la cornisa, y tras eso, hice el salto. Cerré los ojos y dejé que el viento jugara con mi pelaje.
Me golpeé con las patas delanteras. Abrí los ojos. ¡Había llegado! Pero estaba colgando sobre la calle, y, ¿por qué sentía que mis entrañas estaban ardiendo?
Nublada me cogió por el pescuezo, y como cuando era pequeño, me levantó.
-¡Lo has hecho!- me felicitó.
- Nublada- conseguí murmurar con mi garganta en llamas.- No... estoy...
Tosí, y en vez de saliva, el líquido que escupí fue sangre.
Cuando abrí los ojos, Nublada me estaba intentando dar una papilla de hierbas.
- Come- me dijo.- Eso que te ha pasado es normal con la magia, las primeras veces.
Comí un poco y aguanté el sabor amargo. Miré en derredor: volvíamos a estar sobre La Fortaleza, lo más parecido que teníamos a un hogar.
- Hice magia, ¿no?- murmuré.
- Sí. Y eso es normal porque el cuerpo la bloquea. Tienes que ir eliminando ese bloqueo.
Lo comprendí. Había oído muchas historias de gatos que murieron por usar magia demasiado poderosa, pero siempre pensé que había sido por la fatiga. Ahora sabía que se habían destruido desde dentro.
Me intenté levantar, pero mis patas me quemaban.
-Tranquilo- me calmó Nublada.
Espera. ¿Por qué Nublada me hablaba con esa dulzura? Cuando lo comprendí, me enfadé muchísimo con ella. ¡Solo era por la magia! Maldita...
La hipócrita me dejó la tarde libre, y yo salí por la calle. No había ningún gato: eso era la Tierra de Nadie, el territorio que no pertenecía a ningún clan.
Tras un tiempo andando lo vi: ¡un gorrión! Quizá fueran comunes, pero ese estaba tan gordo que parecía que iba a explotar. Me agazapé, mi presa me daba la espalda. Tensé todos mis músculos y salté, extendiendo las zarpas. De pronto, algo bloqueó mi visión y me di un buen golpe. La presa salió volando.
- ¡Mira lo que has hecho!- me reprochó una voz de gata.
- ¿Que qué he hecho? ¡Podrías buscar tus propias presas!
Miré a la gata: era joven, tenía el pelaje del color de la miel y los ojos, del de las hojas de parra. Parecía bien alimentada, y eso sólo podía significar una cosa.
"Gata de clan"
- Lo he hecho- bufó ella,- y parece que alguien me ha seguido.
- ¿Desde el territorio de tu clan? No creo que te haya seguido, ni que tú hayas seguido ese gorrion.
- ¿Cómo sabes que soy de clan?- se alarmó.
- No estás tan flaca como yo. ¿Qué haces fuera de tu territorio?
Ella suspiró y se callo. Finalmente inquirió:
- ¿Cómo te llamas?
- Zarpa Negra.
- Yo soy Arena, del Clan del Desierto. ¿Qué te pasa?
"Es joven", me repetía. "No pudo estar en la Matanza." Pero aun así, mis músculos se habían tensado, y mi corazón, acelerado, y lo peor de todo, ella se había dado cuenta.
- Nada. Solo que... entre los gatos sin clan como yo- mentí,- tu clan tiene una reputación... curiosa.
Ella suspiró.
- Lo sé, y no puedo remediarlo. Pero bueno, estoy aquí por mi padre.
- ¿Te ha repudiado?
- No, solo es que... me sigue viendo como una gatita, y eso... es molesto.
A mí me pasaba todo lo contrario, Nublada me exigía como si no fuera un aprendiz, sino un guerrero experimentado.
- Además- continuó,- es uno de los gatos más influyentes del clan; se dice que solo hay un guerrero capaz de igualarle.
"Clan Celeste, ayudadme", imploré. "Un guerrero que iguala a Alma del Desierto. Si me descubren..."
- ¿Y tú?- su voz me sorprendió.- ¿Cómo vivis los gatos sin clan?
Odiaba mentir, pero la situación lo requería.
- Es duro. Tengo que alimentar a mi anciana madre y a mis hermanitos.
- ¿Y qué hace tu padre?
- No lo sé. Nunca he sabido nada de él- había dicho la verdad.
- Ya... En el clan nos respetamos, al menos. Supongo que no tengo una vida tan mala. Por cierto, ¿sabes que tienes nombre de aprendiz?
- No lo sabía- me corroían los remordimientos. -Quizá mi padre fue un gato de clan.
- Entonces tuvo que ser uno muy poco leal, para tener hijos con una proscrita, y luego abandonarlos.
- Seguro- dije, y pensé: "Menuda vida".
Charlamos un rato más, hasta que Arena dijo:
- Oye, Zarpa Negra, tengo que volver ya. ¿Podemos... vernos mañana?
Eso fue un duro golpe. No debería, pero no tenía amigos.
- Sin problemas- mentí una vez más.- Mañana, aquí y a la hora en que nos vimos, ¿vale?
- Está bien.
Cuando se hubo ido, me entristecí al darme cuenta de que para ser su amigo tendría que mentir a dos gatas: a Arena... y a Nublada.