Dicho todo esto, pasemos al
3. Arena
Llegué casi sin aliento tras correr por las calles de Túnez. Ante mí se abría una gran extensión de plantas y árboles asalvajada, por la que me interné hasta dar con un gran agujero en el suelo. Bajé por unas escaleras que había y llegué al hogar del Clan del Desierto. Éste estaba bajo tierra, pero la luz entraba por unos grandes agujeros en la pared, que daba a un barranco.
- ¡Arena!- me llamo mi maestro, Garra de Piedra, un musculoso gato gris.- Tu padre quiere verte.
Resoplé. "¿Qué mosca le habrá picado?"
Bajé otro nivel de escaleras. Si bien el primer piso era espacioso y tenía muchas habitaciones, este era pequeño, y solo había dos espacios: a la derecha, a través de un pequeño agujero, la habitación del líder; a la izquierda, a través de una apertura casi idéntica, el taller-dormitorio del curandero. Inspiré y entré al cubículo de la derecha.
Alma del Desierto estaba de espaldas a la entrada, hablando con Ala de Plata, una gata gris plateada que era algo así como su segunda al mando.
- Creo que ya podemos dar el siguiente paso, Ala de Plata- dijo el líder.- Escoge a algunos guerreros y ve a visitar a Alma de las Olas mañana por la tarde.
- ¿Le hacemos un aviso?- preguntó ella.
- ¡No! No quiero más derramamiento de sangre innecesario- su voz tenía un deje amargo.- Hace diez lunas, aprendí de la peor forma que no debo matar porque sí. Lo que debes haceres decirle a Alma de las Olas que, en dos días, piense si deja que su clan se una al nuestro, o si, por el contrario, tendrá una batalla.
- Le dará igual- respondió la guerrera.- No levanta una zarpa desde que maté a su pareja.
- Tú hazlo. Ya veremos lo que pasa.
El tono con el que lo dijo cortó la conversación. Ala de Plata lo entendió y se encaminó hacia la salida. Yo me aparté para dejarle pasar.
- Buenas tardes, Arena- me saludó al salir.
Yo le devolví el saludo casi instiintivamente, pues todo mi interés estaba puesto en Alma del Desierto.
Cuando se dio la vuelta, intentéfijarme solo en su ojo azul.
- ¿Por dónde has estado, hija?
No me podía haber llamado solo para preguntarme eso.
- Por la Tierra de Nadie.
- ¿Pero tienes alguna idea de lo peligroso que es eso?- me preguntó, alarmado.
- ¿Unos cuantos gatos sin clan?- respondí, pensando en Zarpa Negra.
- No es eso. Sabes bien que se dice que ahí están los gatos del Clan de la Noche que sobrevivieron.
- El Clan de la Noche ya no existe, padre.- "Tú te encargaste de ello".
Al parecer, hacía tiempo mi padre se había arrepentido, o arrepentido a medias, de la Matanza. Ahora no le gustaba que nadie se lo recordara, y se aferraba casi desesperadamente a cualquier rumor que dijera que algunos gatos de ese clan habían escapado y sobrevivido.
- Como sea- zanjó el tema.- Me has oído hablar con Ala de Plata. Quizá tengamos una batalla en algunos días. Si la tenemos, quiero que Espina y tú destaquéis.
- ¿Por qué?- pregunté.- Solo somos aprendices.
- Quizá, pero...- noté un brillo bondadoso en su ojo izquierdo,- ¿no crees que ya sois un poco mayores para eso?
¿Convertirnos en guerreros? ¡Sí! En momentos como ese era cuando mi padre no me parecía un pesado.
- Me voy, padre- me despedí.
- Buenas tardes, Arena.
Antes de irme me fijé un momento en su ojo derecho; era casi imposible no hacerlo. Y, como siempre, me asustó.
Decían que esa herida se la hizo Alma de las Olas, en su intento de darle tiempo al Clan de la Noche para escapar, conteniendo al Clan del Desierto. A la vez, ese ojo fascinaba y amedrentaba. Su iris, o lo que quedaba de él, tenía el color de la sangre. Y su pupila no era una forma redondeada, sino un desgarrón en su ojo, de derecha a izquierda. No se agrandaba en la oscuridad, como era normal. Y yo, como todos los aprendices, había oído las historias: durante varios días, el líder había llorado sangre por ese ojo...
Me sacudí esos pensamientos de la mente como podría sacudirme hojas secas del pelaje y subí las escaleras.
- ¡Espina, Espina!- grité abordando a un aprendiz marrón.
- Arena- se quejó él,- ¿qué pasa?
Se lo expliqué demasiado rápido y en demasiadas pocas palabras. Cuando acabé, él suspiró.
- Así que tu padre quiere hacer una batalla contra el Clan de la Noche, perdón, el del Océano.
Esa equvocación distaba mucho de ser accidental.
- ¡No seas así! ¡Él está arrepentido!
- Claro, y por eso ha decidido ser pacífico para el resto de su vida.
Espina solía ser un buen amigo, pero siempre decía la verdad, aunque fuera la más dolorosa.
- Quizá, pero... al menos no es cruel.
- En eso tienes razón- admitió él mientras salíamos a la superficie.- El Clan del Océano tiene un líder potente, capaz de plantarle cara al nuestro.
Esta vez me enfadé de verdad: no sabía si lo que había dicho era irónico o sincero.
Caminamos por la espesura hasta encontrar una callejuela, y la recorrimos hasta llegar a una casa. La puerta de esa casa tenía un agujero en la parte inferior por el que fácilmente podía entrar un gato. El interior estaba lleno de trozos de madera de las formas más raras en las posiciones más extrañas: la mayoría de ellos eran rectos como edificios, no retorcidos como árboles, y estaban rotos y tirados por el suelo. Si no fuera por el cariño que le tenía al lugar, casi me parecería siniestro. Me acordé del primer día que vine, hacía cinco lunas. Era un invierno crudo, y una lluvia de hielo mojaba las calles. Mi padre y mi maestro habían tenido una discusión enorme sobre mí, y yo, sintiéndome mal, me había escabullido. Conseguí llegar hasta la casa, y, a falta de otro refugio contra la lluvia, me quedé allí. Volví varias veces, y allí conocí a Espina. Esa vez...
- Bueno- dijo mi amigo, devolviéndome a la realidad.- Hemos venido aquí por algo.
Se ocultó de mí entre la madera. Yo hice lo mismo: esa casa era nuestro lugar de entrenamiento secreto. Ahí luchábamos hasta no poder respirar y desarrollábamos técnicas de combate que sorprendían a nuestros mentores, todo por ser guerreros.
Noté un movimiento encima de mí. ¡Maldito Espina! Cayó sobre mí derribándome al suelo, e intentó sujetarme: si me hería, ganaba. Yo me revolví y conseguí empujarle con las patas traseras en la tripa; voló un corto trecho y cayó.
Una vez más, Espina me había recordado que a pesar de tener el pelo desaliñado y el caminar, casi torpe, al cazar y luchar él medía todos sus movimientos, considerando un error de un pelo como demasiado malo. Y de esa manera conseguía ser un gran luchador.
Cayó impulsándose, de modo que nada más tocar tierra, ya saltaba a por mí con las garras extendidas. Me aparté y aproveché el instante de ventaja: él estaba ahora de espaldas a mí. Sin embargo, cuando estaba a punto de hundir mis garras en su lomo, él se apartó, y cuando caí, me mordió casi cariñosamente en el costado.
- Tú ganas- admití.
- Tienes que cuidar más tus movimientos- me aconsejó él.
- ¡Ya lo hago!- protesté.- ¡Pero llegar a tu nivel es imposible!
- No te preocupes por eso- me consoló,- yo valgo por diez guerreros del Clan del Océano. Venga, escondámonos otra vez.
Llegué casi sin aliento tras correr por las calles de Túnez. Ante mí se abría una gran extensión de plantas y árboles asalvajada, por la que me interné hasta dar con un gran agujero en el suelo. Bajé por unas escaleras que había y llegué al hogar del Clan del Desierto. Éste estaba bajo tierra, pero la luz entraba por unos grandes agujeros en la pared, que daba a un barranco.
- ¡Arena!- me llamo mi maestro, Garra de Piedra, un musculoso gato gris.- Tu padre quiere verte.
Resoplé. "¿Qué mosca le habrá picado?"
Bajé otro nivel de escaleras. Si bien el primer piso era espacioso y tenía muchas habitaciones, este era pequeño, y solo había dos espacios: a la derecha, a través de un pequeño agujero, la habitación del líder; a la izquierda, a través de una apertura casi idéntica, el taller-dormitorio del curandero. Inspiré y entré al cubículo de la derecha.
Alma del Desierto estaba de espaldas a la entrada, hablando con Ala de Plata, una gata gris plateada que era algo así como su segunda al mando.
- Creo que ya podemos dar el siguiente paso, Ala de Plata- dijo el líder.- Escoge a algunos guerreros y ve a visitar a Alma de las Olas mañana por la tarde.
- ¿Le hacemos un aviso?- preguntó ella.
- ¡No! No quiero más derramamiento de sangre innecesario- su voz tenía un deje amargo.- Hace diez lunas, aprendí de la peor forma que no debo matar porque sí. Lo que debes haceres decirle a Alma de las Olas que, en dos días, piense si deja que su clan se una al nuestro, o si, por el contrario, tendrá una batalla.
- Le dará igual- respondió la guerrera.- No levanta una zarpa desde que maté a su pareja.
- Tú hazlo. Ya veremos lo que pasa.
El tono con el que lo dijo cortó la conversación. Ala de Plata lo entendió y se encaminó hacia la salida. Yo me aparté para dejarle pasar.
- Buenas tardes, Arena- me saludó al salir.
Yo le devolví el saludo casi instiintivamente, pues todo mi interés estaba puesto en Alma del Desierto.
Cuando se dio la vuelta, intentéfijarme solo en su ojo azul.
- ¿Por dónde has estado, hija?
No me podía haber llamado solo para preguntarme eso.
- Por la Tierra de Nadie.
- ¿Pero tienes alguna idea de lo peligroso que es eso?- me preguntó, alarmado.
- ¿Unos cuantos gatos sin clan?- respondí, pensando en Zarpa Negra.
- No es eso. Sabes bien que se dice que ahí están los gatos del Clan de la Noche que sobrevivieron.
- El Clan de la Noche ya no existe, padre.- "Tú te encargaste de ello".
Al parecer, hacía tiempo mi padre se había arrepentido, o arrepentido a medias, de la Matanza. Ahora no le gustaba que nadie se lo recordara, y se aferraba casi desesperadamente a cualquier rumor que dijera que algunos gatos de ese clan habían escapado y sobrevivido.
- Como sea- zanjó el tema.- Me has oído hablar con Ala de Plata. Quizá tengamos una batalla en algunos días. Si la tenemos, quiero que Espina y tú destaquéis.
- ¿Por qué?- pregunté.- Solo somos aprendices.
- Quizá, pero...- noté un brillo bondadoso en su ojo izquierdo,- ¿no crees que ya sois un poco mayores para eso?
¿Convertirnos en guerreros? ¡Sí! En momentos como ese era cuando mi padre no me parecía un pesado.
- Me voy, padre- me despedí.
- Buenas tardes, Arena.
Antes de irme me fijé un momento en su ojo derecho; era casi imposible no hacerlo. Y, como siempre, me asustó.
Decían que esa herida se la hizo Alma de las Olas, en su intento de darle tiempo al Clan de la Noche para escapar, conteniendo al Clan del Desierto. A la vez, ese ojo fascinaba y amedrentaba. Su iris, o lo que quedaba de él, tenía el color de la sangre. Y su pupila no era una forma redondeada, sino un desgarrón en su ojo, de derecha a izquierda. No se agrandaba en la oscuridad, como era normal. Y yo, como todos los aprendices, había oído las historias: durante varios días, el líder había llorado sangre por ese ojo...
Me sacudí esos pensamientos de la mente como podría sacudirme hojas secas del pelaje y subí las escaleras.
- ¡Espina, Espina!- grité abordando a un aprendiz marrón.
- Arena- se quejó él,- ¿qué pasa?
Se lo expliqué demasiado rápido y en demasiadas pocas palabras. Cuando acabé, él suspiró.
- Así que tu padre quiere hacer una batalla contra el Clan de la Noche, perdón, el del Océano.
Esa equvocación distaba mucho de ser accidental.
- ¡No seas así! ¡Él está arrepentido!
- Claro, y por eso ha decidido ser pacífico para el resto de su vida.
Espina solía ser un buen amigo, pero siempre decía la verdad, aunque fuera la más dolorosa.
- Quizá, pero... al menos no es cruel.
- En eso tienes razón- admitió él mientras salíamos a la superficie.- El Clan del Océano tiene un líder potente, capaz de plantarle cara al nuestro.
Esta vez me enfadé de verdad: no sabía si lo que había dicho era irónico o sincero.
Caminamos por la espesura hasta encontrar una callejuela, y la recorrimos hasta llegar a una casa. La puerta de esa casa tenía un agujero en la parte inferior por el que fácilmente podía entrar un gato. El interior estaba lleno de trozos de madera de las formas más raras en las posiciones más extrañas: la mayoría de ellos eran rectos como edificios, no retorcidos como árboles, y estaban rotos y tirados por el suelo. Si no fuera por el cariño que le tenía al lugar, casi me parecería siniestro. Me acordé del primer día que vine, hacía cinco lunas. Era un invierno crudo, y una lluvia de hielo mojaba las calles. Mi padre y mi maestro habían tenido una discusión enorme sobre mí, y yo, sintiéndome mal, me había escabullido. Conseguí llegar hasta la casa, y, a falta de otro refugio contra la lluvia, me quedé allí. Volví varias veces, y allí conocí a Espina. Esa vez...
- Bueno- dijo mi amigo, devolviéndome a la realidad.- Hemos venido aquí por algo.
Se ocultó de mí entre la madera. Yo hice lo mismo: esa casa era nuestro lugar de entrenamiento secreto. Ahí luchábamos hasta no poder respirar y desarrollábamos técnicas de combate que sorprendían a nuestros mentores, todo por ser guerreros.
Noté un movimiento encima de mí. ¡Maldito Espina! Cayó sobre mí derribándome al suelo, e intentó sujetarme: si me hería, ganaba. Yo me revolví y conseguí empujarle con las patas traseras en la tripa; voló un corto trecho y cayó.
Una vez más, Espina me había recordado que a pesar de tener el pelo desaliñado y el caminar, casi torpe, al cazar y luchar él medía todos sus movimientos, considerando un error de un pelo como demasiado malo. Y de esa manera conseguía ser un gran luchador.
Cayó impulsándose, de modo que nada más tocar tierra, ya saltaba a por mí con las garras extendidas. Me aparté y aproveché el instante de ventaja: él estaba ahora de espaldas a mí. Sin embargo, cuando estaba a punto de hundir mis garras en su lomo, él se apartó, y cuando caí, me mordió casi cariñosamente en el costado.
- Tú ganas- admití.
- Tienes que cuidar más tus movimientos- me aconsejó él.
- ¡Ya lo hago!- protesté.- ¡Pero llegar a tu nivel es imposible!
- No te preocupes por eso- me consoló,- yo valgo por diez guerreros del Clan del Océano. Venga, escondámonos otra vez.