4. Fauces del Mar
Era tan pronto que la escarcha no estaba derretida y las estrellas aun se veían en el cielo. Pronto amanecería, pero de momento el sol aun no había salido. Estaba sentada sobre una azotea cercana al campamento, acabando el plan con Cola de Espuma para derrotar al Clan del Desierto.
- Ten mucho cuidado con la Fortaleza- me advirtió él por enésima vez.
- Ya lo sé, aunque sea tonta- ronronée,- no necesito que me lo digan tantas veces.
- Quizá, pero... una curandera es una curandera.
- Vale, así que subo a la Fortaleza, hablo con la gata, cojo al hijo de mi hermano, se lo llevo y ya está.
- ¡No! Tendrás que negociar con esa gata, probablemente. Además, con lo bien que se llevaba nuestro líder con...
- ¿Interrumpo algo?- preguntó una voz.
Nos congelamos. Era una voz profunda y potente como el mar, acompañada de un pelaje del color del océano nocturno.
- No- me apresuré a contestar.- ¿Qué te trae por aquí, hermano?
- El deseo de mejorarme.
"Pues si quieres mejorar, compórtate como un lñider y no como un anciano", pensé. Pero su siguiente frase me reveló mi equivocación.
- Alma del Desierto quiere conquistar todo Túnez. Y yo pensaba que todo estaba perdido, pero se me olvidaba que para ser el Señor del Agua y la Arena, y para obtener el poder de un dios, debe gobernar todo Túnez. ¡Es lo que quiere, no lo que es! Tus palabras del otro día me abrieron los ojos, hermana. Debo comportarme como un líder, no como un gatito enfurruñado.
Cola de Espuma y yo nos miramos a los ojos, y él me preguntó si seguíamos con el plan. Yo asentí con la cabeza. El cielo ahora era escarlata, y me dispuse a partir.
El camino desde el territorio de mi clan hasta la Fortaleza pasaba por lo que había sido los dominios del Clan de la Noche, pero ahora esas calles solo nutrían la Tierra de Nadie. Corrí durante lo que me parecieron lunas a través de calles desiertas, llenas de hierbas, enredaderas y árboles retorcidos brotando del suelo y las paredes.
"Debería haberme informado mejor", pensé mientras me comía un ratón que había cazado momentos antes. No sabía cómo era la Fortaleza.
Y sin embargo, no hizo falta: era un edificio más alto que los adyacentes, y más bello que el adyacente, igual de alto. Era de una enorme altura, cinco pisos, y gris, con lo que destacaba en la ciudad amarilla. En las ventanas, que habían visto mejores tiempos, había cristales de colores, y alrededor de ellas las piedras lucían bellos grabados hechos de simples líneas. La puerta de madera estaba destrozada, así que entré. El interior estaba ruinoso, y mientras subía sin problemas niveles y niveles de escaleras, fui percibiendo cada vez más cerca un olor, olor de gato pero... ¡Eso es! Diez lunas sin olerlo habían entumecido mi nariz. ¡Era el olor del Clan de la Noche! ¡Y además eran dos gatos!
El último tramo de escaleras moría en un agujero en el techo, a través del cual se veía el cielo, que ya era azul. Subí corriendo. Y cuando llegué arriba, solo entonces, pensé que debería haber sido más precavida.
El golpe en el costado que me derribó fue combustible para ese pensamiento. Una cara me miraba: un pelaje de tonos distintos de gris, ojos azules...
- ¡Tú!- exclamamos las dos a la vez.
Nunca la había visto, ni sabía que se llamaba Nublada, pero mi hermano me había hablado mucho de ella. Siempre me decía lo mismo: que su gran talento como curandera no tenía ni comparación a su conocimiento de la hechicería.
- Eres la hermana de Alma de las Olas, ¿no?
- Sí- me soltó y me levanté.
- Tu hermano me habló mucho de tí- recordó la anciana.
- El sentimiento es mutuo.
- ¿Por qué vienes?
Entonces cogí aire y se lo expliqué todo, desde la ausencia del cadáer en la Matanza hasta la intención de mejorar de mi hermano, un rato antes. Y le conté mi convencimiento de que si le llevaba a su hijo, podría vencer a Alma del Desierto.
- ¿Te has parado a pensar en lo improbable de tu plan?- preguntó la curandera.- Tienes el corazón de grande como el cerebro de pequeño. Deberías haber pensado un poco más.
Muchos me habían dicho eso a menudo.
- Funcionó- repliqué, molesta.
- No- me contradijo.- No te voy a dar a mi aprendiz. Si tu líder estuviera como antes, quizá me lo pensaría, pero ahora solo iré a tu campamento llevándole cuando la situación sea desesperada.
Nublada tenía razón. Un viaje en vano. Debería haber pensado mejor.
- Pero no vienes en vano- su tono ahora era más alegre.- Él no puede estar aislado del mundo. Te dejaré venir a verle siempre que no atraigas miradas indiscretas.
Instantes mas tarde, un gato joven y negro subió a la azotea. Me miró con sorpresa en sus ojos de cielo, soltó las presas que tenía en la boca, y se lanzó a por mí.
"¡Sí que luchan bien estos dos!", pensé cuando me di cuenta de que un gato de un clan muerto podía matarme, y no por primera, sino por segunda vez.
- ¡Déjala!- ordenó la curandera.- Es del Clan del Océano.
El gato negro me dejó de morder la garganta y preguntó:
- ¿Quién es?
- Soy Fauces del Mar.
- ¿Y qué haces aquí?- a pesar del comentario de Nublada, él seguía desconfiando.
- Te lo explicaré...- comencé.
- Decidio meterse donde no la llamaban- me interrumpió la curandera secamente, dedicándome una mirada asesina.
- ¿Y tú quién eres?- desvié la conversación.
- Zarpa Negra- se limitó este a contestar.
Poco después decidí irme; ellos no parecían contentos conmigo. Al regreso cacé para tener una excusa de mi ausencia.
Cuando regresé al campamento, el sol estaba en lo más alto. Dejé mi caza junto con la de los demás y fui a buscar a mi pareja. Mi hermano me llamó y ví que había estado entrenando con una aprendiza cuyo maestro estaba enfermo. Le dije que había estado cazando, y él, aunque parecía incrédulo, no dijo nada.
Aquella tarde fue infernal; todo el clan estaba tumbado en el campamento o refrescándose en el pozo. Pero ese clima de inactividad se rompió en mil pedazos cuando ños gatos que habían estado patrullando las fronteras llegaron antes de tiempo. Traían consigo a tres gatos de Clan del Desierto, erguidos como álamos. Reconocí a la que parecía la cabeza del grupo: Ala de Plata. De ella se decía que era cruel y retorcida, y algunos hasta se atrevían a decir que había plantado la semilla de la Matanza en la mente de su líder.
El campamento se convirtió en un borrón de felinos veloces. Se corrió la voz de que los prisioneros querían ver a Alma de las Olas, e instantáneamente, diez gatos (entre ellos to) fuimos como ratones huyendo a su dormitorio, y le conducimos ante la patrulla en lo que parecía, mas que una escolta, una bola de pelo gigante viva.
- He oído que me reclamabais- empezó mi hermano cuando le dejamos libre.
Todo el clan observaba como se observaría una presa.
- Así es. Alma del Desierto os propone un trato.
- Habla.
Entre el líder de mi clan y la guerrera del otro, en vez de haber un diálogo, se libraba un duelo de miradas petrificantes.
- Al tercer día desde hoy, Alma del Desierto pretende eliminar tu clan.
- Bonito trato.
Los gatos de mi clan ya estaban murmurando algunos, listos para matar otros.
- El trato es este- la gata ignoró la ironía,- :uníos a mi clan o sed exterminados por él.
- Qué bonito y generoso- mi hermano blandía espadas de hielo en cada palabra,- ahora, el asesino da la opción de solo matar la identidad.
- Ese el el trato- si las palabras del gato eran espadas de hielo, las de la gata eran una coraza gélida.- No vinimos a haceros daño. Al segundo día por la noche, vendremos a por vuestra respuesta.
- Un gato sigue siendo amarillo aunque se tizne con carbón. Tengo aquí unos veinte gatos que os despedazarían si digo una sola palabra. Pero eso matar al indefenso, y este clan no es el tuyo; aquí no practicamos eso. Idos, no manchéis más con vuestra presencia este lugar, y si antes o después del segundo día pasáis por aquí...
Mi hermano se pasó el rabo por el cuello: una amenaza directa. Ala de Plata inclino la cabeza cerrando los ojos en una señal de hipocresía disfrazada de respeto y se despidió:
- Gracias por la hospitalidad.
Se fueron. El clan estuvo un rato más en silencio. Entonces, mi hermano lo rompió:
- ¿Qué hacés aquí quietos? ¡Tenemos batalla en tres días! ¡Venga, preparaos!
Era tan pronto que la escarcha no estaba derretida y las estrellas aun se veían en el cielo. Pronto amanecería, pero de momento el sol aun no había salido. Estaba sentada sobre una azotea cercana al campamento, acabando el plan con Cola de Espuma para derrotar al Clan del Desierto.
- Ten mucho cuidado con la Fortaleza- me advirtió él por enésima vez.
- Ya lo sé, aunque sea tonta- ronronée,- no necesito que me lo digan tantas veces.
- Quizá, pero... una curandera es una curandera.
- Vale, así que subo a la Fortaleza, hablo con la gata, cojo al hijo de mi hermano, se lo llevo y ya está.
- ¡No! Tendrás que negociar con esa gata, probablemente. Además, con lo bien que se llevaba nuestro líder con...
- ¿Interrumpo algo?- preguntó una voz.
Nos congelamos. Era una voz profunda y potente como el mar, acompañada de un pelaje del color del océano nocturno.
- No- me apresuré a contestar.- ¿Qué te trae por aquí, hermano?
- El deseo de mejorarme.
"Pues si quieres mejorar, compórtate como un lñider y no como un anciano", pensé. Pero su siguiente frase me reveló mi equivocación.
- Alma del Desierto quiere conquistar todo Túnez. Y yo pensaba que todo estaba perdido, pero se me olvidaba que para ser el Señor del Agua y la Arena, y para obtener el poder de un dios, debe gobernar todo Túnez. ¡Es lo que quiere, no lo que es! Tus palabras del otro día me abrieron los ojos, hermana. Debo comportarme como un líder, no como un gatito enfurruñado.
Cola de Espuma y yo nos miramos a los ojos, y él me preguntó si seguíamos con el plan. Yo asentí con la cabeza. El cielo ahora era escarlata, y me dispuse a partir.
El camino desde el territorio de mi clan hasta la Fortaleza pasaba por lo que había sido los dominios del Clan de la Noche, pero ahora esas calles solo nutrían la Tierra de Nadie. Corrí durante lo que me parecieron lunas a través de calles desiertas, llenas de hierbas, enredaderas y árboles retorcidos brotando del suelo y las paredes.
"Debería haberme informado mejor", pensé mientras me comía un ratón que había cazado momentos antes. No sabía cómo era la Fortaleza.
Y sin embargo, no hizo falta: era un edificio más alto que los adyacentes, y más bello que el adyacente, igual de alto. Era de una enorme altura, cinco pisos, y gris, con lo que destacaba en la ciudad amarilla. En las ventanas, que habían visto mejores tiempos, había cristales de colores, y alrededor de ellas las piedras lucían bellos grabados hechos de simples líneas. La puerta de madera estaba destrozada, así que entré. El interior estaba ruinoso, y mientras subía sin problemas niveles y niveles de escaleras, fui percibiendo cada vez más cerca un olor, olor de gato pero... ¡Eso es! Diez lunas sin olerlo habían entumecido mi nariz. ¡Era el olor del Clan de la Noche! ¡Y además eran dos gatos!
El último tramo de escaleras moría en un agujero en el techo, a través del cual se veía el cielo, que ya era azul. Subí corriendo. Y cuando llegué arriba, solo entonces, pensé que debería haber sido más precavida.
El golpe en el costado que me derribó fue combustible para ese pensamiento. Una cara me miraba: un pelaje de tonos distintos de gris, ojos azules...
- ¡Tú!- exclamamos las dos a la vez.
Nunca la había visto, ni sabía que se llamaba Nublada, pero mi hermano me había hablado mucho de ella. Siempre me decía lo mismo: que su gran talento como curandera no tenía ni comparación a su conocimiento de la hechicería.
- Eres la hermana de Alma de las Olas, ¿no?
- Sí- me soltó y me levanté.
- Tu hermano me habló mucho de tí- recordó la anciana.
- El sentimiento es mutuo.
- ¿Por qué vienes?
Entonces cogí aire y se lo expliqué todo, desde la ausencia del cadáer en la Matanza hasta la intención de mejorar de mi hermano, un rato antes. Y le conté mi convencimiento de que si le llevaba a su hijo, podría vencer a Alma del Desierto.
- ¿Te has parado a pensar en lo improbable de tu plan?- preguntó la curandera.- Tienes el corazón de grande como el cerebro de pequeño. Deberías haber pensado un poco más.
Muchos me habían dicho eso a menudo.
- Funcionó- repliqué, molesta.
- No- me contradijo.- No te voy a dar a mi aprendiz. Si tu líder estuviera como antes, quizá me lo pensaría, pero ahora solo iré a tu campamento llevándole cuando la situación sea desesperada.
Nublada tenía razón. Un viaje en vano. Debería haber pensado mejor.
- Pero no vienes en vano- su tono ahora era más alegre.- Él no puede estar aislado del mundo. Te dejaré venir a verle siempre que no atraigas miradas indiscretas.
Instantes mas tarde, un gato joven y negro subió a la azotea. Me miró con sorpresa en sus ojos de cielo, soltó las presas que tenía en la boca, y se lanzó a por mí.
"¡Sí que luchan bien estos dos!", pensé cuando me di cuenta de que un gato de un clan muerto podía matarme, y no por primera, sino por segunda vez.
- ¡Déjala!- ordenó la curandera.- Es del Clan del Océano.
El gato negro me dejó de morder la garganta y preguntó:
- ¿Quién es?
- Soy Fauces del Mar.
- ¿Y qué haces aquí?- a pesar del comentario de Nublada, él seguía desconfiando.
- Te lo explicaré...- comencé.
- Decidio meterse donde no la llamaban- me interrumpió la curandera secamente, dedicándome una mirada asesina.
- ¿Y tú quién eres?- desvié la conversación.
- Zarpa Negra- se limitó este a contestar.
Poco después decidí irme; ellos no parecían contentos conmigo. Al regreso cacé para tener una excusa de mi ausencia.
Cuando regresé al campamento, el sol estaba en lo más alto. Dejé mi caza junto con la de los demás y fui a buscar a mi pareja. Mi hermano me llamó y ví que había estado entrenando con una aprendiza cuyo maestro estaba enfermo. Le dije que había estado cazando, y él, aunque parecía incrédulo, no dijo nada.
Aquella tarde fue infernal; todo el clan estaba tumbado en el campamento o refrescándose en el pozo. Pero ese clima de inactividad se rompió en mil pedazos cuando ños gatos que habían estado patrullando las fronteras llegaron antes de tiempo. Traían consigo a tres gatos de Clan del Desierto, erguidos como álamos. Reconocí a la que parecía la cabeza del grupo: Ala de Plata. De ella se decía que era cruel y retorcida, y algunos hasta se atrevían a decir que había plantado la semilla de la Matanza en la mente de su líder.
El campamento se convirtió en un borrón de felinos veloces. Se corrió la voz de que los prisioneros querían ver a Alma de las Olas, e instantáneamente, diez gatos (entre ellos to) fuimos como ratones huyendo a su dormitorio, y le conducimos ante la patrulla en lo que parecía, mas que una escolta, una bola de pelo gigante viva.
- He oído que me reclamabais- empezó mi hermano cuando le dejamos libre.
Todo el clan observaba como se observaría una presa.
- Así es. Alma del Desierto os propone un trato.
- Habla.
Entre el líder de mi clan y la guerrera del otro, en vez de haber un diálogo, se libraba un duelo de miradas petrificantes.
- Al tercer día desde hoy, Alma del Desierto pretende eliminar tu clan.
- Bonito trato.
Los gatos de mi clan ya estaban murmurando algunos, listos para matar otros.
- El trato es este- la gata ignoró la ironía,- :uníos a mi clan o sed exterminados por él.
- Qué bonito y generoso- mi hermano blandía espadas de hielo en cada palabra,- ahora, el asesino da la opción de solo matar la identidad.
- Ese el el trato- si las palabras del gato eran espadas de hielo, las de la gata eran una coraza gélida.- No vinimos a haceros daño. Al segundo día por la noche, vendremos a por vuestra respuesta.
- Un gato sigue siendo amarillo aunque se tizne con carbón. Tengo aquí unos veinte gatos que os despedazarían si digo una sola palabra. Pero eso matar al indefenso, y este clan no es el tuyo; aquí no practicamos eso. Idos, no manchéis más con vuestra presencia este lugar, y si antes o después del segundo día pasáis por aquí...
Mi hermano se pasó el rabo por el cuello: una amenaza directa. Ala de Plata inclino la cabeza cerrando los ojos en una señal de hipocresía disfrazada de respeto y se despidió:
- Gracias por la hospitalidad.
Se fueron. El clan estuvo un rato más en silencio. Entonces, mi hermano lo rompió:
- ¿Qué hacés aquí quietos? ¡Tenemos batalla en tres días! ¡Venga, preparaos!